El informe elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre las perspectivas económicas es desolador. Vaticina que la economía mundial caerá este año el 3%, cuando el pasado enero apostaba por un crecimiento del 3,3%. Una inversión total.

El FMI cree que estamos ante la peor recesión desde la Gran Depresión de 1929, peor incluso que la del 2008 que dejó tantas heridas. Los países emergentes sufrirán una caída en su PIB del 1%, pero las economías avanzadas se desplomarán nada menos que el 6,1%. Y el desplome será mayor en la zona euro (7,5%) que en Estados Unidos (5,9%). Y ello pese a las medidas sin precedentes tomadas para aminorar la recesión. Los dirigentes de España --una potencia que depende mucho del turismo y que tiene exceso de pymes y de empleo temporal-- deben ser conscientes de que nos enfrentamos a un tsunami que puede destruir nuestros equilibrios políticos y sociales.

El desplome de la economía (8%) será superior al derrumbe medio de la zona euro (7,5%) y al de Francia (7,2%) y Alemania (7%), pero inferior al de Italia (9,1%) y Grecia. Pero lo peor es que el paro puede saltar del 14% al 20,8%, un incremento de seis puntos, mientras que en la zona euro solo crecerá tres puntos y acabará en el 10,4%. El desempleo sigue siendo la gran asignatura pendiente que nadie ha sabido resolver. Es difícil encontrar alguna nota positiva en el informe del FMI, pero conviene señalar que, pese a su brutal aumento, el paro todavía quedará lejos del 27% de la crisis anterior y que se prevé un rebote de algo más del 4% en España y la zona euro en el 2021. La crisis sería, pues, más dura pero menos larga que la anterior.

El diagnóstico quizá peque de pesimista, pues se hace en un momento de parálisis total. En todo caso, el FMI cree que, aunque con recuperación, el PIB español del 2021 será bastante menor que el del 2019. Y España y muchos países --pese al apoyo de la UE y del Banco Central Europeo (BCE)-- saldrán con una deuda pública mayor que puede lastrar el crecimiento --y los equilibrios sociales-- de los próximos años.

Ante el 8% de caída del PIB y un paro superior al 20%, los dirigentes y los ciudadanos españoles deben tomar nota de la gravedad del momento y actuar en consecuencia. La tarea no es gobernar, o ganar elecciones, en un país arruinado, sino evitar que el país se hunda y procurar que la recuperación sea lo más rápida posible.

Para ello, los continuos choques de los últimos años entre unos partidos debilitados (incluso Cs y Unidas Podemos, que surgieron en las elecciones del 2015) es el peor de los escenarios. Un Gobierno minoritario de la izquierda quizá no sea lo más adecuado. Lo que no puede ser es que el Gobierno haga frente en solitario con algo de éxito a la crisis más grave desde los años 30. Unos acuerdos básicos (por mínimos que sean) con el PP, el primer partido de la derecha, y con los partidos que gobiernan en Cataluña y Euskadi son imprescindibles.

El Gobierno -el PSOE y Unidas Podemos- tiene que saber que su gestión necesita un consenso general que contemple las necesidades de las empresas --vitales para salvar el aparato productivo-- y de los sindicatos. El PP debe asumir que perdió las elecciones y que los programas económicos necesarios --con fuerte papel del Estado-- no son los de las recetas liberales. Y los independentistas deben ser conscientes de que, hoy por hoy, el debilitamiento del Estado sería un nocivo factor de desorden.

El pacto costará. El PSOE y el PP viven el peor momento de su siempre mala relación y los independentistas tienen a sus líderes --peleados-- en el exilio o en prisión. Pero si no hacen frente común ante el 20% de paro --el peor de toda Europa--, pueden no salir vivos de la crisis. Solo se beneficiarían los populistas más insolidarios que quieren pescar, no ya en aguas turbulentas, sino en una terrible realidad.