Algo extraño está ocurriendo en medio mundo, pues da la impresión de que en los últimos meses muchos dirigentes políticos están metidos de lleno en una apresurada competición por ver cuál de ellos es el que comete el mayor de los despropósitos. Evidentemente Donald Trump, el dicharachero y fanfarrón presidente de los Estados Unidos, encabeza la lista con sus ocurrencias banales, sus mentiras, sus descalificaciones a toda la prensa, sus acusaciones sin pruebas y su matonismo. Su última amenaza a Corea del Norte, y más aún visto su homólogo coreano, es de una insensatez supina. No le anda a la zaga la primera ministra del Reino Unido, que cada semana sorprende al personal con declaraciones insensatas y bravuconadas fuera de lugar, dignas de su antecesor, aquel reinado Primer ministro que ya la lió parda con lo del Brexit. En Francia y Alemania, las dos locomotoras políticas y económicas de Europa, también se las tienen tiesas, y más ahora que ambos países andan ya metidos en plena precampaña electoral y los candidatos despliegan toda la artillería pesada para descalificar al contrincante con todo tipo de argucias, dando bazas a Le Pen.

Por los pagos ibéricos la situación está caliente. El gobierno, con su ministro Íñigo de la Serna como cara visible, zozobra primero y naufraga después en el Congreso de los Diputados al perder la votación sobre la convalidación del Decreto-ley sobre la estiba, lo que ha sido acogido con júbilo por los trabajadores de los puertos de toda España. El ministro, que debería dimitir por su manifiesta incapacidad para negociar un acuerdo, ante su fracaso no ha tenido reparos en justificarse diciendo que la multa que va a poner la Unión Europea al Gobierno español la pagarán todos los españoles. Pues anda que no ha tenido tiempo el gobierno de Rajoy, cinco años al menos y cuatro de ellos de mayoría absoluta, para resolver este asunto que ahora amenaza con una regresión para el comercio marítimo español.

Estos tiempos de despropósitos responden a una campaña brutal en la que los poderes económicos andan sumidos en sus tejemanejes para controlar más si cabe los mercados y a los trabajadores, tarea en la que muchos políticos están colaborando de manera entusiasta, quizás porque cuando dejan el cargo logran unos contratos fabulosos en los consejos de Administración de las empresas a las que tantas ayudas conceden, casi siempre en contra de los derechos de los trabajadores. Claro que visto así, tanto despropósito no es que sea extraño, es lo normal.

*Escritor e historiador