No sé si han visto ustedes el vídeo de la CUP. Un grupo de esforzados y patrióticos anticapis empuja una vieja furgoneta en medio del desolado páramo. Se esfuerzan y se esfuerzan hasta que el vehículo pende sobre un barranco, cae al fin y se estrella metros más abajo con gran polvareda. Los alternativos (entre ellos varios cargos públicos) se asoman, y se preguntan «¿Y ahora qué?» Entonces la portavoz Anna Gabriel dice, tan feliz, «¿Ahora? Ahora... ¡Mambo!» Seguidamente, el personal desfila alegre al son de Pérez Prado, mientras uno de ellos casca un huevo y bate una tortilla: o sea, la revolución.

Es lo que tiene la independencia de Cataluña (o mejor de los Países Catalanes), que moviliza a las masas (fíjense ayer, la Diada), agita los corazones y libera al cerebro de todo pensamiento complejo, elaboración teórica o simple duda. La secesión, al poner una pica en la deconstrucción del Estado español (fuente suprema del mal absoluto), colma las aspiraciones destituyentes y constituyentes, liquida las rémoras tardofranquistas, cambia la Transición por una ruptura maravillosa, recupera la igualdad social, pone en su sitio a la banca, alcanza la perfección fiscal, imposibilita la corrupción (ese vicio tan hispano), desarrolla las reconocidas virtudes catalanas en lo que a la economía se refiere, recupera los servicios sociales, pone fin a la explotación capitalista, deja fuera de juego a Rajoy y, en fin, crea el paraíso en la tierra. Mejor aún: varios paraísos. Los que puedan satisfacer de manera simultánea a la gente de Convergencia-PdeCat, a la de Esquerra y por supuesto a la de la bendita CUP. Qué felicidad, ¿no?

Decir independencia, evita tener que poner sobre la mesa programas, propuestas y tochos en general. Equivale a democracia, por lo que sus partidarios ni siquiera deben respetar las normas democráticas. No requiere explicaciones colaterales ni argumentos ni más razones. No precisa ninguna aclaración sobre qué y cómo será exactamente la supuesta República de Cataluña.

Independencia, oye. Y luego: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7... ¡Maaambo! ¡Up!