Con algunos días de retraso sobre el plan previsto, un primer cargamento de agentes químicos del arsenal que obra en poder de Bashir el Asad ha salido de Siria para ser destruido según una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. La operación es compleja y no acaba con la destrucción que debe realizarse en alta mar. El proceso genera unos residuos, aparentemente inocuos, que deben ser almacenados en tierra.

Cuando se alcanzó el acuerdo entre EEUU y Rusia para destruir el arsenal, Washington pidió con poco éxito a los países de la UE su colaboración para dicho almacenamiento. La pasada experiencia de sumisión a Washington de varias capitales europeas sobre los vuelos secretos de la CIA debió pesar porque la respuesta ahora fue negativa. El Gobierno de España fue uno de los países que oficiosamente recibió la solicitud a la que Madrid se negó. El próximo fin de semana, Mariano Rajoy será recibido en la Casa Blanca por Barack Obama, y cabe la posibilidad de que el tema reaparezca reavivado por la urgencia de encontrar un lugar para depositar el material y por la disponibilidad de una empresa de Tarragona para almacenarlo. Los motivos para oponerse a tal petición son muchos. Para empezar, por tratarse de Tarragona, una zona que ya cuenta con una altísima presencia de industria química, petroquímica y nuclear. También sería un error cuando ya se renunció a la instalación de un cementerio nuclear pese al elevadísimo coste que supone la gestión de aquellos residuos en Francia.

INTERROGANTES SOBRE EL ARSENAL

Por otra parte, siendo un paso muy importante la destrucción de un primer paquete de estas armas, quedan interrogantes sobre el arsenal de El Asad que suma 1.300 toneladas de agentes químicos. Hay que asegurar su total destrucción antes del 30 de junio de este año. Y, dada la relativa facilidad de su producción y almacenamiento si se compara con el arma nuclear, hay que asegurar la inexistencia de cualquier tentación de reconstruirlo.

Tampoco hay que olvidar que, pese a la envergadura de la actual operación y al repudio más absoluto que merece este armamento, el número de víctimas mortales causado por estas armas suma una parte minúscula de los más de 120.000 muertos desde el inicio de la guerra en marzo del 2011.