Las últimas salidas de los sectores críticos de Podemos Aragón o el distanciamiento que se palpaba en el acto de recuerdo de la II República son las penúltimas pruebas de un viejo axioma: la izquierda está desunida o no es izquierda. Para el 28-A, todos en bloque; para el 26-M, todos separados. Y así pasan los días, entre contradicciones, llamadas a la unidad con la boca pequeña y desafíos soterrados del tipo a ver quién saca más votos y luego hablamos. Nada nuevo bajo el sol, con el matiz de que los implicados parecen vivir al margen de la sensación de hastío y desazón que producen. Habrá que aceptar la desunión como esencia de la izquierda, pero también sus consecuencias. Es decir, que luego no se quejen.