El reciente 23 de abril, Día de Aragón, ha pasado --como en los últimos años-- sin pena ni gloria. Desde luego, nada que ver con el "expresivo símbolo de la identidad histórica de Aragón, al mismo tiempo que de la unidad de los aragoneses" al que mandata la ley que regula su celebración desde hace 30 años: la Ley 1/1984, de 16 de abril, de declaración de "Día de Aragón".

Unos discursos institucionales, repletos de autocomplacencia y lugares comunes, en actos restringidos; la entrega de un premio y una medalla; una coincidencia con el Día de Libro, (que se celebra en todas partes, y que yo celebro especialmente como diputado delegado de Bibliotecas que soy); o una corrida de toros por San Jorge en la plaza de La Misericordia, no pueden serlo todo en un día tan señalado como ese. Y es que llevamos años de atonía, adormilados, sin que quienes encabezan nuestras principales instituciones se crean el país al que representan, y así nos va.

Bastaba ver o escuchar los informativos de las televisiones y las radios de ámbito estatal ese mismo día, o la prensa escrita española del día siguiente para comprobar cómo no se hacía ni mención del Día de Aragón mientras se dedicaban imágenes, noticias y páginas políticas al Día de Sant Jordi en Cataluña, y otro tanto al día del libro y la rosa en Las Ramblas de Barcelona por Sant Jordi. No puede ser más significativo.

Pero hay que recordar que desde el siglo XIII tanto la monarquía aragonesa como el Ejército del Reino adoptaron el patronazgo de San Jorge; que las Cortes Aragonesas de 1461, celebradas en Calatayud, declararon festivo para todo Aragón el 23 de abril, día de San Jorge, decisión que se vería ratificada en las celebradas en Monzón en 1564. Que el 10 de abril de 1978 la Diputación General de Aragón (entonces ente preautonómico) adoptó el acuerdo de declarar como "Día de Aragón" el 23 de abril. Y que ese día, 125.000 aragoneses salimos a la calle en Zaragoza pidiendo autonomía; y que ese día de 1978 "se vio definitivamente ratificado el tradicional sentido popular de la fiesta" y que "la sensibilidad de las Cortes de Aragón en pro de la conservación y fomento de los símbolos propios de la singular identidad histórica aragonesa, aconseja su consolidación con rango de ley". Pues bien, así se hizo y eso se lee en la ley que se aprobó el 16 de abril de 1984.

Y no debemos olvidar --más allá de la gran manifestación de 1978-- las grandes y multitudinarias de 1992, 1993 y 1994 en contra del Pacto Autonómico, por la Autonomía Plena y contra el trasvase del Ebro (en este caso el del PSOE y de Borrell). Ni las no menos multitudinarias del año 2000 y siguientes, de nuevo reclamando autogobierno y rechazando el trasvase (en este caso el del PP y de Aznar).

En este 2014, no he participado en el acto institucional de la Aljafería y sí lo hice en el II Homenaje a la Bandera de Aragón, que organizó Chunta Aragonesista entre la plaza del Pilar, el paseo de la Independencia y la plaza Aragón. Solo en esos momentos tuve la verdadera sensación de que estábamos en un Día de Aragón. Y es que, desde CHA, siempre le hemos dado a este día el carácter reivindicativo e identitario que debe tener, coincidiendo con todos en los actos unitarios cuando los ha habido, o celebrándolo con actos propios cuando no los ha habido, sin menoscabo de nuestra participación en los actos institucionales.

Pero es que esa ley de 1984, igual que el propio Estatuto de Autonomía --reformado en 2007--, son para que los cumpla toda la sociedad aragonesa con sus máximos representantes institucionales a la cabeza, no solo los nacionalistas aragoneses. Es una obviedad, pero no lo parece.

Diputado CHA en DPZ y secretario territorial de Zaragoza