Llevo meses resistiéndome a hablar del tema estrella que la derecha nacionalista, española y catalana, ha elegido como maniobra de distracción para disimular sus miserias y su brutalidad política. Escuchar la propaganda de una y otra parte solo me provocaba un profundo aburrimiento. Sin embargo, un reciente viaje a Barcelona me ha hecho cambiar de opinión para, de este modo, contar una experiencia que es la que siempre he tenido cuando he ido a Cataluña (con ñ, que escribo en castellano) y que desdice la posición de quienes se empeñan en dibujar un conflicto, lingüístico, cultural, que solo existe, y es alentado, en los sectores más radicales de ambos lados.

Hace unos días acudí a la Universidad de Barcelona a formar parte de un tribunal de tesis doctoral. El tribunal estaba compuesto por dos profesores catalanes y yo. Como quiera que yo les saludara en catalán, mi lengua materna, ellos utilizaron el catalán en todos los preparativos previos a la tesis. Sin embargo, tras la presentación de la presidenta del tribunal, en catalán, el doctorando, sin ningún tipo de advertencia, hizo su intervención en castellano. Desde ese momento, el tribunal hizo sus intervenciones en castellano. La posterior comida, sin embargo, fue en catalán, pues el doctorando nos dijo que utilizaba el catalán para su vida cotidiana y el castellano para la académica. Doctorando, por cierto, con raíces aragonesas, así como su familia, alguno de cuyos miembros se me quejó amargamente de las cosas que se dicen de Cataluña en el resto de España. En todo caso, el día transcurrió entre el catalán y el castellano, en la universidad, en los taxis, en las tiendas, sin ningún tipo de problema.

Seguro que algún lector tiene alguna anécdota en sentido contrario. Todos hemos topado, yo también, con algún idiota incapaz de salir de su estrecho mundo (eso es, etimológicamente, un idiota) y empeñado en utilizar los idiomas como barrera en lugar de lo que son, instrumentos de comunicación. Algunos idiotas incluso gobiernan. Pero esas anécdotas, de idiotas (en su sentido etimológico) que no quieren hablar en castellano, de idiotas que abominan de lo catalán, no representan a una sociedad, la catalana, que siempre, excepto durante la dictadura franquista, se ha movido con normalidad entre las dos culturas que la constituyen.

FRENTE A esa realidad, la derecha catalana se ha envuelto en el victimismo y la española se ha dedicado a esgrimir presuntos agravios que no superan la categoría de anécdota. Ambas derechas han encontrado, en el conflicto nacional, un eficaz señuelo para distraer la atención de sus respectivas opiniones públicas con respecto a problemas políticos mucho más relevantes.

Sin embargo, lo que realmente me parece preocupante es la actitud de la izquierda, especialmente de la catalana. Ver al líder de la CUP fundirse en un emocionado abrazo con el presidente Mas me pareció realmente obsceno. La izquierda, de modo global, ha centrado la cuestión en el derecho a decidir, como derecho democrático básico. Y esto es cierto, democracia y decisión constituyen un binomio inseparable. Pero la democracia no es solo un procedimiento, sino unos contenidos. La izquierda se está deslizando, de manera peligrosa a mi modo de ver, hacia la atención excesiva a cuestiones metodológicas y formales, desatendiendo los contenidos.

Claro que los catalanes tienen derecho a decidir sobre su futuro. Como cualquier colectivo tiene derecho a decidir sobre aquello que le atañe. Por ejemplo, una sociedad tiene derecho a decidir sobre la instauración de la pena de muerte. Tiene ese derecho, pero, ¿lo va a colocar la izquierda encima de la mesa? Si alguien propusiera ese debate, probablemente desde la izquierda nos negaríamos a abrirlo. No estoy comparando la cuestión nacional y la pena de muerte, ni mucho menos, solo quiero subrayar la cuestión de los contenidos, sobre qué se debate. El procedimiento está claro, democracia, el contenido es lo que me parece problemático y exigiría, desde la izquierda, una respuesta que fuera más allá de los tópicos identitarios. ¿Podemos, desde la izquierda, construir un discurso que supere las barreras geográficas y se conjugue, sin problema, con la defensa de las culturas específicas, nacionales si se quiere expresar así? Ese es el reto.

Cataluña y España son dos realidades plurales. Los sectarios de ambos lugares quieren acabar con algo que nos enriquece a todos, catalanes y españoles. Quieren volvernos idiotas. Espero que no lo consigan.

Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza