El Huffington Post anunciaba el martes la imputación de la infanta Cristina con el titular: 8 de marzo, día de la infanta imputada. Y sí, parece una broma que la fecha en que se cita a la hija del Rey a declarar sea el día de la mujer trabajadora, ya saben, la jornada anual en la que se recuerda que los derechos laborales de más de la mitad de la humanidad son una conquista bastante reciente. Esta coincidencia de fechas debe de ser pura casualidad, pero que la infanta se presente (si lo acaba haciendo) ante el juez será un paso significativo para la situación de la mujer en este país. Lo que ha sucedido hasta ahora con el papel de Cristina de Borbón en relación con el caso Nóos era denigrante, vergonzoso. ¿Cómo podía ser que una señora de buena familia, que habla idiomas, que se ha formado en las mejores escuelas, con estudios superiores, que ha visto mundo, con trabajo estable y un conocimiento más que sobrado de la realidad en la que vive, pueda pasar por ser una esposa sin responsabilidad de ningún tipo en la empresa que comparte con su marido y que no se pregunte de dónde saca él el dinero? Independientemente de si su imputación está justificada o no, de si es culpable o no de los delitos de los que se le acusa, lo mejor que podía pasarle desde el punto de vista de la igualdad entre hombres y mujeres es que la justicia la interpele como parte activa del entramado, en tanto que ser pensante que es y propietaria de la mitad de Aizoon, y que pueda dar las explicaciones que se le piden y defenderse como lo ha de hacer su marido. Escritora