El 25 de noviembre es una jornada para recordar, reivindicar y alinearse con aquellas que viven con el miedo pegado a la piel, sintiendo que su vida no les pertenece. Mujeres de todas las edades, clases sociales y acentos. Se trata de clamar contra un horror que dura 365 días del año y que ni siquiera ayer se libró de un nuevo caso. Esta vez fue en Monzón, donde un ciudadano de origen senegalés asesinó con un arma blanca a su expareja, Rokhaya, de 42 años. Tenían dos hijos en común. Horas antes, los teletipos lanzaban más casos de agresiones, esta vez en Zaragoza. En el resto de España, basta con echar la vista atrás los últimos diez días para comprobar que el goteo es incesante. El viernes de la semana anterior, una mujer en Palma fue asesinada cinco días después de denunciar por acoso a su expareja. El martes pasado, el rostro de una joven de 25 años fue rociado con ácido por su exnovio. Y el jueves supimos que los jueces de La manada habían saldado con diez meses de cárcel la cuenta de un hombre que intentó asesinar a su expareja delante de sus hijos menores de edad. El cuerpo de una mujer es un bien muy poco preciado para algunos jueces.

La lista de deberes es larga. Es imprescindible redoblar los recursos en la atención de mujeres maltratadas: apoyarlas en la denuncia, desarrollar medidas efectivas de protección, evaluar al agresor para considerar la retirada de la custodia de los hijos o brindar asesoramiento jurídico a la víctima. También es necesario impulsar una justicia libre de prejuicios y estereotipos machistas. Los tribunales deben ser un refugio para las mujeres y no condenarlas a la indefensión. Pero el horror no se detendrá si en las aulas no se trabaja por una sociedad realmente igualitaria, que no perpetúe los roles de género y que transmita unos valores libres de machismo, donde no se alimente la sumisión de las niñas. Muchas de estas medidas están contempladas en el pacto de Estado contra la violencia de género. Su implementación no puede demorarse más. Pero, al fin, la responsabilidad nos interpela a todos. La violencia machista es una tragedia estructural que requiere respuestas particulares. En infinidad de momentos, en los medios, en las redes o en las conversaciones privadas, cada uno puede elegir entre consolidar las actitudes machistas o frenarlas. Las consecuencias finales del machismo son demasiado graves. Rokhaya es la última prueba.