El terrible atentado del pasado jueves en Madrid, con 200 inocentes muertos y cerca de 1.500 heridos, ha marcado a fuego las elecciones generales celebradas ayer en España. Los ciudadanos votaron el domingo bajo la tremenda impresión y pesadumbre causada por la masacre del 11-M y lo hicieron con una cifra récord de participación que recuerda llamativamente los momentos de mayor ilusión de la construcción de la democracia en este país.

Un primer dato positivo que constatar es que cada día que pasa, el pueblo español da más y mejores muestras de la madurez y serenidad política. La amenaza cierta del terror ha movilizado a los españoles en defensa de su sistema de libertades y les ha incentivado claramente a participar en las votaciones con toda normalidad y libertad. Esa es, sin duda, una buena noticia para la salud del sistema democrático.

POR OTRO LADO,los resultados han alterado significativamente el panorama político español. El PSOE ha ganado las elecciones tanto en escaños como en votos en contra de las previsiones iniciales, según las cuales el PP aspiraba a revalidar su mayoría absoluta. Los horribles sucesos del 11-M no son ajenos a este vuelco espectacular electoral. Los ciudadanos, que el viernes salieron a las calles para demostrar su dolor y solidaridad con las víctimas de una represalia del terrorismo islámico por el apoyo del Gobierno español a la injusta guerra contra Irak, acudieron ayer a las urnas para relevar al PP de las tareas de gobierno.

El PSOE no consigue la mayoría absoluta. Lograrla es un hecho inusual en la Europa desarrollada, donde las grandes mayorías son la excepción política y donde lo habitual es el sistemático equilibrio entre bloques ideológicos, con leves y temporales desplazamientos en uno u otro sentido del arco político. Ahora los socialistas deberán establecer en las próximas semanas una flexible política de pactos que les permita formar un Gobierno estable. José Luis Rodríguez Zapatero, en su comparecencia ante los medios de comunicación tras confirmarse su victoria, dijo que iba a alentar el Gobierno del cambio.

Eso es lo que esperan muchos españoles, un modelo de gobernar más alejado de la intransigencia, prepotencia y soberbia de un José María Aznar que ha alardeado de gobernar para todo el pueblo, pero lo ha hecho en realidad sin contar con todo el pueblo. El gran derrotado ha sido sin duda Aznar, que ha dejado a su partido y a un buen político como Mariano Rajoy descompuestos y demudados.

De este vuelco electoral se pueden deducir tres lecciones para el PP. La primera es que no ha conseguido rentabilizar, como seguramente esperaba, la defensa cerrada de un modelo rígido de organización territorial; la segunda, que tampoco ha obtenido réditos de unos innegables buenos resultados económicos; y la tercera, que ha pagado la factura de su contestada política exterior y, en concreto, de su impopular alianza y entreguismo con la administración republicana de George Bush en contra de los intereses de España en Europa y en el mundo árabe.

El partido socialista, por su parte, ha captado millones de votos, entre ellos los de Izquierda Unida, fruto de la movilización en la calle contra la guerra de Irak y el desastre del Prestige, así como de su defensa de un modelo estatal más abierto a las realidades periféricas, en el que los acuerdos políticos alcanzados en Catalunya serían una muestra destacada. Podría decirse, en suma, que los socialistas han sabido interpretar con mayor acierto el estado de conciencia del conjunto de la población española y captar el voto no sólo de la izquierda sino también de la extensa y siempre decisiva zona del centro político. Desde este punto de vista, los datos dicen que José Luis Rodríguez Zapatero y su equipo no han errado en sus propuestas políticas, ya que estas les han reportado ahora una clara ventaja electoral.

Con todo, la principal enseñanza de estos días de plomo que hemos vivido es que la estabilidad política en España, con las lógicas alternativas de gobierno, es ya una senda natural por la que transitar. A pesar de la enorme herida que el terrorismo ha dejado en el costado de la sociedad española, es una sociedad que, en dos días consecutivos, ha sabido ser modelo de ciudadanía: primero, en la calle contra el terror; luego, participando masivamente en una jornada electoral ejemplar.

Hay que decir que los ciudadanos tenemos claro también cómo alcanzar el modelo de sociedad al que aspiramos, y que es posible dentro del marco de la amplia convivencia que nos permite la Constitución, dentro de nuestra plena integración con la gran Europa del siglo XXI y en los quehaceres propios de un país moderno y desarrollado donde tenemos nuestro cauce natural de vida y progreso.

Sabemos con precisión cuáles son los temas que deben marcar la agenda de los políticos electos y de las formaciones que ayer concurrieron a las elecciones. El empleo, la seguridad ciudadana, la erradicación de los factores de exclusión económica y social y el replanteamiento de la política exterior y de las relaciones entre comunidades autónomas son, sin duda, algunas de las tareas que será preciso acometer con decisión en los años venideros. Asuntos, todos ellos, que forman parte normal de la agenda política de cualquier país moderno y avanzado.

AYER,todos los españoles hicimos en las urnas una apuesta valiente y plenamente madura por un horizonte de convivencia y de progreso compartido. Esa es una lectura que, sellada como está con nuestra propia sangre, a nadie debería pasar desapercibida. Ayer, dimos un paso de gigante en esa dirección. Y, lo que resulta más importante, lo hicimos guiados de la firme convicción de que no serán ni los doctrinarios ni los asesinos quienes van a dictarnos los términos de nuestro renovado contrato con la democracia, la convivencia y el bienestar al que como ciudadanos libres nos hemos hecho acreedores.

*Director Editorial del Grupo Zeta.