Acabo de pasar unos días con amigos en la masía gerundense que tantos y tantos días de ameno solaz me ha deparado durante muchos años. Como no podía ser de otro modo, en esta ocasión hemos apurado horas y más horas de conversación con la cuestión catalana como centro. Tras más de 30 años de amistad compartida durante diferentes épocas del año, los catalanes, aragoneses, gallegos, suizos y alemanes que allí nos juntamos merced a la argamasa tejida por sabias amigas todas ellas zaragozanas, no podía producirse tensión alguna, más allá de algún tono más apasionado que otros. Y si les cuento esto es solamente para señalar que ninguno de los amigos catalanes (justamente ocho) manifestó su acuerdo o sintonía alguna con la actual deriva nacionalista. Ninguno de ellos. Patas negras de una catalanidad sin mácula manifestaron su férrea voluntad de sentirse tan catalanes como españoles y europeos y profundamente preocupados por los desatinos de un Artur Mas al que no concedían crédito alguno. Me permití preguntarles porqué no hacían público su posicionamiento y su respuesta, contundente y unánime, fue por miedo. ¿A qué?, les respondí y allí callaron. ¿Se puede construir una nación cuando gentes normales tienen miedo a manifestar públicamente sus pareceres? Y cuando cunde el miedo, ni se puede ser optimistas ni libres. Mis amigos ya piensan en hacer las maletas para dejando atrás años de bonanza buscar aposento en otros lares.

Profesor de universidad