Visitando estos días la exposición El Arte del Dibujo en Aragón 1763/2018 en el Palacio de Montemuzo, volví a retomar el valor del dibujo como uno de los medios más genuinos y sinceros de la expresión del ser humano. La colección pertenece a la legendaria Casa de Ganaderos de nuestra capital y en ella se pueden apreciar las obras de artistas, la mayoría aragoneses, que, de una manera u otra, han utilizado el dibujo con diferentes propósitos. El dibujo difícilmente engaña, utiliza pocos instrumentos y tiene la facultad de llevarnos a lo esencial, a una lectura de comunicación sin demasiadas distracciones. A lo largo de nuestra historia ha cumplido con un objetivo esencial: enseñarnos a mirar para iniciarnos en la representación de nuestra realidad y de nuestras emociones. Sin esta natural inercia no habría sido posible el estado de la actual civilización, entre otras cosas no existiría la escritura ni las obras de arte, tampoco hubiéramos tenido constancia de su función de cronista en cada época, pero si nos acercamos a la plástica, el dibujo cobra otras dimensiones y la distinción entre pintura y dibujo se va estrechando, posicionándose de manera autónoma dejando de ser una acción previa para convertirse en obra de arte.

La espontaneidad del dibujo desnuda a los artistas sin que ellos lo pretendan, ocurre lo mismo con la lectura de un poema. Es tan expresivo que una simple línea tenue es suficiente, aunque la línea, como sabemos, no existe en la naturaleza, es pura invención. Las academias de las Artes han valorado siempre la perfección y la destreza en el dibujo pero aquellos que ascienden a ser obras de arte, además tienen la facultad de provocar emociones inexplicables que revelan el talento del autor que va más allá de una grafía.

* Pintora y profesora