El presidente de Aragón, Javier Lambán, se emocionó en el acto solemne de la reinhumación de los restos de los primeros reyes de Aragón en el panteón real del monasterio de San Juan de la Peña. No era para menos, habida cuenta la solemnidad y el profundo significado del ritual. En su intervención, en la que se deslizaron frase propias de un historiador, Lambán afirmó que era muy difícil encontrar un linaje de tal entidad y trascendencia histórica en ninguno de los puntos cardinales; tampoco mirando (en particular alusión a Cataluña), hacia el este.

La historia del Reino y de la Corona de Aragón, fundada por sus primeros reyes, Ramiro I, Sancho Garcés y Pedro I, cuyos restos óseos han sido objeto de un interesante estudio forense, es la historia hermanada, indisoluble, turbulenta, apasionante y tantas veces vanguardista y ejemplar entre Aragón y Cataluña.

El Gobierno aragonés quiso el año pasado glosar esa antigua y rica relación en una muestra expositiva, presentada en el palacio de Sástago y titulada, inspirándose en una canción de José Antonio Labordeta, «Dicen que hay tierras al este». La exposición, extraordinaria, en efecto, contaba desde un principio con la presencia de autoridades catalanas para acompañar a las aragonesas en el acto de inauguración, pero de la Generalitat no vino nadie. Puigdemont andaba entonces azacanado con su reférendum, y ni siquiera envió a un triste consejero. Tuvo que ser Joan Manuel Serrat, vinculado a ambas Comunidades, quien salvase los muebles con una memorable e improvisada actuación.

Desde entonces, la situación entre Cataluña y Aragón no ha mejorado. Las ínfulas y la insolidaridad de los independentistas catalanes han mantenido la brecha que comenzó a abrir Jordi Pujol. Para contribuir a cerrarla, ambas Comunidades deberían encontrar proyectos comunes en los que participar conjuntamente. Fue lo que hizo Jaime I el Conquistador cuando se planteó la invasión de Mallorca. Sus ricoshombres y mesnadas andaban a la greña, todo eran rivalidades feudales entre los señoríos que formaban sus reinos. Don Jaime supo unirlos en una campaña que los enriqueció y pacificó, y que él mismo transmitió oralmente a sus cronistas, legando a la posteridad El libro de los hechos. Un rey que hablaba latín, aragonés y catalán, que gobernó al este y al oeste y del que deberíamos aprender altura de miras.