Se han cumplido 10 años de la muerte de José Antonio Labordeta. Muchos autores y políticos viven tras su fallecimiento una especie de purgatorio o de viaje a un lugar del que no te rescata nadie, o del que te rescata gente con suerte inesperada. No creo que sea ese el caso de Labordeta, cuya memoria sigue bastante viva.

Es curioso comparar aspectos de Labordeta y la política actual.

Era un hombre culto pero tenía una asombrosa conexión con lo popular: mucha gente lo veía como alguien cercano. Esa era una diferencia con respecto a los políticos de muchos puntos distintos del espectro ideológico que apelan al pueblo pero solo conectan con los ciudadanos a través de las encuestas y el trampantojo: amor de calculadora. Aunque daba imagen de contundencia, no era un hombre dogmático: era pluralista en política, capaz de apreciar la complejidad como analista y de tener amistades con gente de ideas muy alejadas de las suyas.

Hemos aceptado que muchas fuerzas periféricas muestren estrechez de miras y una visión centrada en el qué hay de lo mío, cuando no en una deslealtad más o menos disimulada. En cambio Labordeta, diputado por CHA en el Congreso, conjugaba el afecto y la reivindicación de lo particular con el aprecio y el conocimiento de lo común. Era un hombre marcado por sus orígenes, por la influencia de su hermano, pero también era un viajero y un curioso, y una cierta arbitrariedad daba variedad a sus descubrimientos.

También, frente a la actual espectacularización de la política, Labordeta (en cierto modo un hombre del espectáculo, que sabía dar un sentido teatral a sus intervenciones) se tomaba en serio el trabajo parlamentario. Era capaz de reírse de sí mismo, de fracasos políticos (como cuando decía que su partido era la IDA, la Izquierda Depresiva Aragonesa) o de su enfermedad. En vez de tomarse demasiado en serio a sí mismo, sabía que la autoironía es un requisito esencial para ser una persona seria.

Hay aspectos de su tarea menos conocidos que otros: en algunos sentidos era básicamente un poeta, y fue un narrador eficaz, divertido y ágil, en sus libros de memorias, en la faulkneriana ‘En el remolino’ o en volúmenes maravillosos como ‘Cuentos de San Cayetano’: tenía sentido cinematográfico y la capacidad de crear una escena inolvidable con pocos elementos. Supo unir a gente de sensibilidades y edades muy distintas, a veces iba enlazando conversaciones en los pasos de cebra de Independencia y una broma un poco bruta era la forma pudorosa de su afecto. @gascondaniel