Hay silencios tan sugestivos como conversaciones. Dominar la convivencia de unos y otras, medirlos, es, creo, la clave de la sabiduría, y, sin llegar a tanto, de la supervivencia.

Saber callar es, en ocasiones, tan difícil y complicado como seleccionar y pronunciar las palabras adecuadas para conseguir el efecto pretendido. Silencios investidos de decisión son nuestras acciones. Silencios los hay diligentes, espontáneos pero también cerebrales, forzados y envenenados. Saber interpretarlos puede resultar tan osado como pretencioso.

AL COMÚN DE LOS mortales nos resulta más sencillo descifrar lo dicho que lo callado, a menudo laberinto sigiloso de indicios historiados. Y aún así, comprender lo que se escucha o lee y el alcance de lo que detrás lleva no tiene por qué ser labor fácil ni cómoda. No sé, en general, tengo la sensación de que nunca supe tanto de algo y nada de tanto como ahora y aunque lo estuve, tal vez tras releer a Borges ya no deba estar preocupada por eso.

Él dice que "cuando uno es niño tiene la sensación de que sabe muchas cosas". Y, según parece, no debe de ser del todo extraño que tal impresión se diluya en algunos dejando a su paso una flota de dudas, que próximas unas a otras se mantienen cerca y a la vista en el horizonte, un poco amigas, un poco hostiles. Borges, sagaz e inteligente, es sabio porque sabe dar con la combinación cuasi-perfecta de palabras, frases y silencios.

Pero no creo que lo hiciera para nosotros, sus lectores, sino que, como tantos otros, supongo que escribía para sí mismo o para unos pocos, a los que casi estoy segura de que tenía en la cabeza cuando redactaba. Probablemente para aquellos a los que respetaba, admiraba, amaba u odiaba. Aunque no estoy segura de que Borges odiase a nadie.

No es fácil odiar para algunas personas, no parece que lo fuese para él, demasiado volcado hacia el interior de todo como para molestarse en eso.

Y si, por un lado, esa idea suya me había servido de alivio, hay otra que me preocupa por cuanto de inmediatez pueda tener para todos nosotros. Opina, aunque la idea original creo que es de Chesterton, que "una nación desarrolla las palabras que necesita". Desde luego, si es así, habré de inquietarme puesto que, no alcanzo a ver qué andamos necesitando, no ya en este país, sino en este momento, las fronteras hace mucho que dejaron de ser y funcionar como los estrategas en su día pensaron.

La lengua, confirma Borges, "no surge de las bibliotecas sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba". Afortunado él que no tuvo que asistir al aflictivo y deshonroso espectáculo de lo que algunos son capaces de llegar a decir en el foro público que ahora son las redes sociales.

¿Está la solución en prohibir? Puede ser ese un remedio para cortar el eco feroz y lesivo pero nada que no provenga de la libertad es buena solución, casi nunca, para casi nada. Pero claro, no hay libertad donde no hay conciencia y esta, me duele dudarlo no sé si abunda o escasea.

Profesora de Derecho de la Universidad de Zaragoza