Alberto Ruiz Gallardón es un político tan inteligente que ha conseguido que lo amen muchos de los que no quieren ni ver a su partido. Tiene encanto y lo maneja abstrayéndolo de cualquier ideología o compromiso político. Sabe regatear para esquivar las tarascadas que le prepara la vida y hasta ahora había conseguido manejar los tiempos y los modos. No tenía prisa y podía ser exquisito. Sonreía como un seductor y manejaba la daga como un asesino. Alberto Ruiz Gallardón ha visto, ahora, un hueco en las filas del enemigo.

El enemigo, el adversario, es Mariano Rajoy en cualquiera de sus manifestaciones corporales, sean en forma de Esperanza Aguirre, de Acebes y, sobre todo, de José María Aznar. Por alguna razón, Alberto Ruiz Gallardón no ha querido esperar más y se ha decidido por dar la primera batalla, en campo abierto, por la dirección de Madrid, probablemente al calor del éxito de su discurso en el Congreso del Partido Popular. Es tan hábil que convirtió unas palabras de bienvenida a los congresistas, en su calidad del alcalde de Madrid, en el discurso de referencia del congreso de la sucesión de Aznar.

Alberto Ruiz Gallardón tiene un dilema porque no le queda otro remedio que dar una ofensiva de poder dentro de su propio partido o pactar en unas condiciones muy poco ventajosas. Y sus adversarios, que le han visto las intenciones, le van a determinar el territorio en donde se tenga que celebrar esta disputa. Rajoy y Acebes se mueren por ver a Gallardón revolcado. Y en eso están, por lo que la salida de un pacto con Esperanza Aguirre pende de un hilo muy fino.

Hasta ahora, Alberto Ruiz Gallardón, que tiene unas convicciones tan conservadoras o más que cualquiera de los conservadores de su partido, había figurado ser progresista para ganar las elecciones en Madrid y atraerse a un sector de la intelectualidad y la progresía.

Hasta ahora, Alberto Ruiz Gallardón se podía permitir el lujo de detestar a José María Aznar y deponer a Ana Botella como puntal de su lista electoral. Hasta ahora Alberto Ruiz Gallardón podía permitir que otros mandaran en su partido y él discurrir por libre por los ámbitos de la vida. Ahora, Ruiz Gallardón ha echado cuenta de su propia edad, ha comprobado que ya no es un niño prodigio y que ocho años de espera, en política, para asaltar el poder, ya es una eternidad.

*Periodista