Puestos o programas. Ese es el dilema en el que lamentablemente nos movemos hoy. A un lado la negociación como mero reparto de cargos, como si se troceara un pastel; en el otro el fruto de un diálogo argumentativo sobre cómo puede avanzar una sociedad en su conjunto sin dejar a nadie atrás. De esto último algún ejemplo hay, pero en general lo que prima son tratos casi siempre oscuros en los que la estabilidad no mira la calle sino al despacho o el espejo. Cargos a los que se aspira no solo para tocar y ejercer poder, también para recibir subvenciones públicas, o para pagar la lealtad o la confianza de quienes son compañeros de viaje que no tienen por qué ser siquiera compañeros de partido. Al reparto de áreas de influencia se suma también la construcción de redes clientelares fieles... no ya a una idea sino a un modo de vida.

Y de fondo la Democracia con mayúsculas y ese otro dilema de si solo es la mera excusa que da legitimidad a esos poderes fácticos que no se presentan a elecciones, o si de verdad es el escenario donde el bien común está por encima de todo. En estos días Jürgen Habermas, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el 2003, cumple 90 años. El mismo que formuló y defendió la razón dialógica, participativa y deliberativa, el mismo que ha repetido hasta la saciedad que «si no queremos declarar con todo descaro que la democracia es un mero decorado» no podemos seguir por el camino de la «disolución de la política en la conformidad con los mercados».

La cuestión es cuánta confianza real son capaces de transmitir los partidos políticos, que por un lado y por su propia supervivencia deben atender a sus redes orgánicas y por otro gestionar sus niveles de intransigencia visceral. A estas alturas PP y PSOE tienen mucho más poso (también más manchas) y ambos, con más o menos argumentos objetivos, se han sentido reforzados en las últimas citas electorales. Podemos debe elegir si sigue cerrándose en una estructura de afines que cada vez son menos. Y si la coalición, colaboración, cooperación o como quieran llamar a un escenario que parece enquistado pasaría por recuperar el talento y el talante demostrado por personas como Xavier Domènech o Pablo Bustinduy. Y mientras, Ciudadanos amasa su soberbia entre críticas y da pocas pistas sobre el particular dilema que les persigue: ¿Habían planeado engañarnos a todos desde el minuto uno o han ido improvisando por el camino?