Una de las muchas especialidades del profesor Leonardo Romero Tobar, de la Universidad de Zaragoza, descansa en sus estudios sobre literatura y periodismo.

El pasado año, este discreto erudito coordinó un interesante ciclo sobre dicha materia en el Museo Camón Aznar, con asistencia de Juan Luis Cebrián o Blanca Berasátegui, entre otros ponentes. Ahora, acaba de ver publicada su última ponencia, dictada en el Congreso de Literatura Española Contemporánea (Málaga, 2003), en edición dirigida por Salvador Montesa: "Los géneros literarios en el periodismo del traspaso de siglos".

Romero comienza remontándose a 1890, fecha en la que Rubén Darío formulaba el nuevo apocalipsis: "Todo está amenazado por el nuevo diarismo. Ya no vale quemarse las pestañas, perder la salud y la vida con los libros porque cualquier principiante, cualquier vago que busque una buena salida a su far niente , toca las puertas del periodismo y corrompe lo sagrado".

Nada menos que Miguel de Unamuno se encargaría de rebatir esta pesimista visión: "Hagamos, pues, periodismo, pero con toda el alma... Que nada como el periodismo rehace, digan lo que digan los literatos chirles, el lenguaje. Que cambia periódicamente."

Romero Tobar llama nuestra atención sobre la recurrencia, ya en pleno siglo XIX, del debate entre literatura, a secas, y lo que empezaba a entenderse como literatura periodística. A este propósito, Larra acuñaría una de sus poderosas expresiones: "Un libro es a un periódico lo que un carromato a una diligencia". Mientras que, por su parte, y muy contrariamente, opinaba Juan Valera: "No cabe comparación entre las conquistas que lentamente puede ir haciendo un libro y las que puede hacer un artículo de periódico en las veinticuatro horas que persiste y circula el número que ha sido estampado".

Probablemente, la primera de las grandes revoluciones de la prensa en España tuvo lugar durante la Restauración, al amparo de la ley de prensa de 1883, resuelta a extender la alfabetización y a incrementar el número de lectores de la prensa diaria. Periódicos como El Imparcial , por ejemplo, pasaron de una tirada de 40.000 ejemplares en época isabelina, a casi 140.000 a finales de siglo. A la prensa informativa se va adhiriendo poco a poco una incipiente opinión lastrada aún, como acertadamente observa el profesor Romero, por raíces históricas ancladas en el parlamentarismo y en la oratoria política, incluso en "el constitucionalismo inglés, la Revolución francesa y el doceañismo hispano". Habrá que esperar hasta Azorín para leer el siguiente aserto, en el que el maestro de la concisión se hace eco de Lois Veuillot: "La elocuencia es la enemiga capital del buen periodista".

Romero Tobar aborda la cuestión de los géneros. Si el periodismo de entre siglos, en sus secciones de "Costumbres", "Telegramas" o "Rehiletes" era ya entonces literatura, o no lo era. Si lo eran la noticia (como afirmaba Azorín) o la crónica (aquí cita Romero a Mariano de Cavia).

Una lección sobre el oficio.

*Escritor y periodista