Parafraseando a Augusto Monterroso y jugando a ser George Orwell, alguien podría escribir en 2020 este microrrelato: «Un día despertaron y el coronavirus ya no estaba allí; sin embargo el dinosaurio no solo seguía en la granja, sino que había engordado considerablemente».

Seguro que nuestros científicos acabarán conociendo a la perfección al microscópico coronavirus y acabarán encontrando una vacuna para prevenir la enfermedad y un fármaco para curarla. La enorme paradoja consiste en que, a pesar de convivir con él desde hace décadas, no acabamos de conocer bien todavía al enorme dinosaurio.

Qué o quién es el dinosaurio, se preguntarán ustedes. Pues para decirlo pronto, el bicharraco jurásico solo es un animalito de diseño aficionado a la práctica de dos deportes de riesgo: la «globalización extrema» y el «mercado, mercado, mercado», que diría Julio Anguita, si en lugar de comunista nos hubiera salido ultraliberal.

Bien está la globalización, siempre que no tengamos que recurrir a los chinos hasta para ponernos una tirita. Bien está el mercado, siempre que no haya que llamar a papá Estado para que le prescriba unas purgaciones, cada vez que el señorito se indispone por unas hipotecas subprime mal digeridas o por una sopa de murciélago rancio.

La globalización debería convivir con un elevado nivel de soberanía económica a nivel de estado (o al menos, en nuestro caso, a nivel de Unión Europea). La globalización debería ir acompañada de una gobernanza global fuerte que tendiese a garantizar un Estado global del bienestar, un acceso global a la procura existencial, la supervivencia de la casa global que es el planeta, la justicia social global, la buena calidad global de los sistemas democráticos, la erradicación global de la especulación con bienes de primera necesidad, la medición global del crecimiento basada en criterios cualitativos, el replanteamiento global del consumo…

Riesgo

Si no hacemos ese ejercicio creativo, corremos el grave riesgo de creer y hacer creer que el fracaso de la globalización y del mercado es el fracaso de la democracia; y que por tanto es mucho mejor que nos sometamos todos, voluntariamente a ser posible, a algún sistema tiránico inteligente que nos vigile permanentemente por si tenemos la tentación de ser malos ciudadanos.

Las pesadillas descritas por Orwell en 'Rebelión en la granja' y en '1984' están a la vuelta de la esquina, disfrazadas de un virus que tiene el tamaño de un dinosaurio y que amenaza con plagas que creíamos olvidadas o pertenecientes a la ciencia ficción, como la censura, la autocensura, la vigilancia vecinal mutua y el control absoluto de nuestros movimientos y hasta de nuestros pensamientos. Los big data, primos hermanos del big brother, hábilmente manejados por poderes públicos legitimados por la alerta sanitaria, están llamados a ser la carcoma que silenciosamente se coma nuestro queso más valioso, la libertad.

Si la sociedad civil no reacciona adecuadamente ante la amenaza, la distopía de Orwell puede convertirse en utopía realizada, menos de un siglo después de ser planteada sobre el papel; y esa sociedad civil no reaccionará si está más preocupada por el vivere que por el filosofare.

Mientras todo esto ocurre o permanece larvado, el penoso espectáculo de nuestra política nacional sigue en cartel y con todas las localidades vendidas. La próxima distopía perfecta será la de la extinción de la clase política española del siglo XXI: imaginen que los ciudadanos, hartos de unos políticos que no toman decisiones o que cuando lo hacen se escudan en técnicos y expertos de todo tipo, deciden finalmente prescindir del intermediario político porque lo consideran un lujo inútil y tóxico que no sólo no aporta nada sino que obstaculiza con sus batallitas internas la resolución de los problemas. El siguiente paso es la tiranía real presentada como eficaz tecnocracia. Los populistas lo han adivinado hace tiempo y solo necesitan más tiempo y más leña en el fuego para convencer a una masa crítica suficiente, de que la mejor forma de gobierno para mantener a raya a los irresponsables es una dictadura inteligente, como habría dicho don Pío Baroja.

Para terminar, solo tres poquitos de por favor: por favor, que alguien encierre con llave a Baroja en el armario de sus magníficas novelas; por favor, que alguien resucite a Monterroso y le obligue a corregir su célebre microrrelato, para que diga: «Cuando despertaron, el dinosaurio ya no estaba allí»; y por favor, que alguien le haga un regreso al futuro a Orwell y le obligue a borrar '1984' del calendario y a meter al rebelde dinosaurio en su granja.

*Escritor