No debería haber enemigos irreconciliables ni puentes que no pudieran tenderse. La normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, una de las noticias del 2014 que deberá concretarse en los próximos meses, es el mejor ejemplo. Obama asume que medio siglo de bloqueo no ha conseguido sus objetivos y los Castro saben que van a tener que abrir la mano de su régimen monolítico. Solo así, tras el reconocimiento implícito de los errores, se conseguirán resultados tras un anuncio histórico que aún presenta más preguntas que respuestas. El presidente estadounidense, errático en su política internacional durante los últimos años, consigue enmarcar en su última legislatura un acuerdo a la altura de las negociaciones de paz dirigidas por Bill Clinton en Camp David o a los acuerdos de Nixon con China. El mandatario cubano evitará sufrimientos a su pueblo exprimido y renovará su papel en el mapa de relaciones internacionales.

Ha caído otro muro, uno de los últimos vestigios de la guerra fría de la segunda mitad del siglo XX, y aún quedan otros por derribar. Política con mayúsculas en tiempos de necesario pacto y entendimiento. Volvemos a España, y saludamos el acuerdo para mantener los subsidios a los parados de larga duración presentado con solemnidad por el Gobierno de Mariano Rajoy y por los agentes sociales. Sea por la cercanía de las elecciones, sea porque la Europa de Merkel se relaja, sea por la ligera mejoría macroeconómica, o sea por todo ello, el PP afloja la presión de sus políticas neoliberales y economicistas y concede un respiro a las víctimas de la crisis. Es el camino a seguir, en medio del descrédito y del cansancio ciudadano tras años de recortes públicos, bajadas de salario y subidas de impuestos que han provocado una insoportable imagen de indolencia de quienes nos representan. PP y PSOE deberían tomar ejemplo en el Congreso y plantear algún acuerdo en tantos y tantos asuntos de gestión bloqueados esta legislatura.

En cambio, en el día a día de las instituciones aragonesas, las discrepancias no se despejan por pequeñas que parezcan al lado de asuntos de mayor trascendencia. Descendiendo al ámbito autonómico, asistimos a infructuosos enfrentamientos impropios de épocas de escasez. Cada semana se reproducen los casos que ilustran tanto desencuentro. El ministro de Hacienda Cristóbal Montoro sigue agraviando a las comunidades que eludieron los rescates del Fondo de Liquidez Autonómica y niega el pan y la sal a aquellas que intentaron salir del atolladero por sus propios medios.

El Gobierno de Aragón, por añadir otro asunto reciente, sigue enrocado con la financiación universitaria, que de mejorar lo será por la intervención en bloque de toda la oposición y del PAR en las Cortes. Tiene una fijación el Gobierno de Luisa Fernanda Rudi con el campus público aragonés, al que somete no solo a un férreo control económico sino a la sospecha de mala gestión y escaso interés de mejora. Da la sensación de que puede haber más dinero para la universidad, pero que Educación no lo concede porque considera que no hay esfuerzo ni eficiencia en la principal institución académica aragonesa.

Y hay más. Izquierda Unida ha decidido dejar sin presupuestos a la ciudad de Zaragoza por discrepancias con el equipo de gobierno socialista. La asamblea de IU es soberana para decidir su voto según analice, pero los tres concejales que tomaron posesión de su cargo en el 2011 lo hicieron para defender los intereses de la ciudad en su conjunto, y no solo los de la militancia de su partido. Al apoyar a un alcalde en minoría como Juan Alberto Belloch sabían perfectamente lo que hacían, y sin conferirle un cheque en blanco eran conocedores de que cada año habría dos o tres decisiones necesarias para la gobernabilidad de la casa consistorial que les podrían incomodar. Desmarcarse de CHA y del PSOE a seis meses de las elecciones, incluso conocedores de que los afectados por la falta de presupuestos acabarían afeándoselo, solo puede ser interpretado en clave electoral.

Las encuestas vaticinan que las elecciones del 2015, tanto las municipales y autonómicas de primavera como las generales de otoño, supondrán una importante atomización del voto. Existe el riesgo de que el fin del bipartidismo provoque un importante riesgo de ingobernabilidad en las instituciones. La generosidad con la que deben leer el momento político tanto los partidos emergentes como los que pierden terreno es un ingrediente imprescindible. Basta con fijarse en situaciones como la del deshielo cubano-americano. La altura de miras que requiere el momento político debería cambiarlo todo. Ni el acuerdo por el acuerdo ni la discrepancia por la discrepancia. Los intereses de los ciudadanos por encima de todo. La clave es que la política navegue en el siglo XXI de la mera representación y la delegación de funciones a nuevos ámbitos de relación entre los partidos, y entre estos y sus votantes. Solo así se conseguirá que los ciudadanos vuelvan.