Vivimos tiempos de disparates y ocurrencias. Gracias a las redes y también a algunos medios de comunicación, cualquiera puede soltar disparates con gran eco y éxito. Un disparate es un dicho o hecho totalmente absurdo, equivocado o carente de lógica o sentido. Y una ocurrencia es una idea inesperada de hacer algo o pensamiento original y repentino sobre algo que hay que hacer.

Hay gente que desde hace años se gana muy bien la vida gracias a la estupidez de cierto público o sea, a la torpeza notable en comprender las cosas, de quien se sienta ante la televisión o se mete en las redes dando por hecho que todo que se cuenta tiene algún sentido, sin ningún espíritu crítico ni formación para saber discernir el pensamiento digno de ser tenido en cuenta, de la producción de un/una gilipollas (necio o estúpido según el diccionario).

Cuando más fácil es la comunicación, cuando más fuentes de información hay, más comunes son los necios o estúpidos (gilipollas, según la RAE) que se atreven a hacer públicas sus gilipolleces. Lo malo es cuando las gilipolleces inundan programas que duran horas y horas de TV, se hacen presentes en las tertulias aparentemente serias y peor aun cuando florecen en los escaños parlamentarios.

A un político se le debe de exigir rigor y que se vacune contra los disparates y las ocurrencias, si se estima a sí mismo y a los electores a los que representa. Y al menos que no contradiga la evidencia científica porque no de todo puede opinar cualquiera. Puede, pero no debe. Y si lo hace, debería de estar convenientemente asesorado como hacen los que respetan su papel. Lo de los «cribados masivos» fue una ocurrencia de quien quiere hacer política sin saber de lo que habla. Hay gente ignorante y mala. Lo de echar la culpa de todo a los judíos es un disparate, una maldad trasnochada, una gilipollez.