Somos un país eminentemente urbano, el 80% de la población vive en menos del 20% del territorio. Pero también con un amplio espacio rural, en el 80% del territorio la densidad demográfica es del 18%, con más de la mitad de sus municipios en serio riesgo de despoblación. Y en precampaña electoral esta asimetría vuelve a los titulares, porque los votos de la zona rural e interior parecen decisivos en la nueva configuración de mayorías.

De repente, la atención de las élites de los partidos en Madrid ha girado a provincias. De los 350 diputados a elegir, 66 serán entre circunscripciones de 3 o 4 escaños. Y en estas 18 provincias, sólo dos o tres candidaturas pueden entrar a competir con posibilidades reales de obtener un diputado, y los nuevos partidos van a competir por obtener, en el mejor de los casos, el tercero o el cuarto. En circunscripciones como Madrid con 36 escaños o Barcelona, con 31, caben todos.

Y así, hemos vuelto a la eterna discusión sobre si nuestro sistema electoral prima demasiado el voto rural frente al urbano, y a la generalización no siempre acertada que así se favorece al voto conservador y a los nacionalistas frente a la izquierda. Y ni una, ni otra parece que se planteen en toda su complejidad.

La brecha rural /urbano se hace cada vez más difusa, como señalan los propios servicios estadísticos de la Unión Europea y dependen de otras variables como de la situación geográfica, la inversión en bienes y servicios, las comunicaciones o de su proximidad a las zonas urbanas. Así que la casuística también se hace aquí imprescindible, como ocurre con la orientación del voto. Mientras que en provincias como Huesca o Cáceres el voto a la izquierda superó el 50%, en otras como Cuenca o Ávila es el centro derecha el que ganó más de la mitad de los votos en las elecciones de 2016.

No todo el tradicionalismo político viene de lo rural, y como ejemplo el resultado de Vox en las últimas elecciones andaluzas. Fueron las ciudades el principal granero de votos y, sólo en zonas rurales que percibían el fenómeno de la inmigración como problema obtuvieron buenos resultados.

Lo que este debate genera son más dudas sobre qué grado de representatividad queremos para esos territorios en peligro de extinción, o si es posible vertebrar un país contando solo con la red de grandes ciudades.

*Politóloga