Sostiene Felipe González en una larga entrevista de la pasada semana que «la sociedad no aguantaría ahora una nueva crisis» porque todavía no se ha superado la del 2008, y porque los efectos de la misma se han traducido en un modelo de desarrollo capitalista, que no es sostenible desde el punto de vista socioeconómico.

Seguramente el análisis del expresidente del Gobierno sea certero desde un punto de vista racional y objetivo, pero mucho tendremos que cambiar para poder hacer frente a los tiempos que vienen, si no superamos la resignación, el desinterés, los individualismos y la acomodación en que estamos sumergidos, y así evitar que otra crisis termine por llevarse las pocas esperanzas que nos quedan.

Aunque es enormemente injusto aumentar la pobreza y las desigualdades, lo cierto es que aquellos que se han aprovechado de estos años sobreexplotando a los trabajadores y arruinando a las clases medias, ¿por qué no iban a rematar la jugada si hasta ahora les ha salido gratis?

Saben que han salido ganando el histórico conflicto entre capital y trabajo. Que el neoliberalismo nos ha colonizado cultural y socialmente. Que han borrado a la clase trabajadora, a pesar de ser la mayoría de la sociedad, y han conseguido que los conflictos sociales de clase desaparezcan por completo del mapa de representación en nuestro país, haciendo de la clase media El Dorado de todo trabajador y con ello el abandono de las luchas colectivas sustituidas por el triunfo de la individualidad y la diferenciación del resto para afirmar nuestra identidad, renegando de participar en organizaciones de masas con objetivos comunes, como sindicatos, partidos o asociaciones.

Ya no se busca un gran relato que una a personas diferentes bajo un objetivo común, algo que en el pasado siglo sirvió para conseguir la jornada de 40 horas, la salud y educación pública y universal, las pensiones, las bajas por accidente laboral o enfermedad, el derecho a la negociación colectiva... Ahora nos esforzamos en exagerar nuestras especificidades. En lugar de sumar fuerzas buscamos nuestras diferencias según lo que comemos, la sexualidad que practicamos, la relación con los animales, a quien rezamos, la bandera y el himno que amamos, el deporte que seguimos, como nos divertimos, o por el color de la piel que hemos nacido.

Los medios de comunicación, las televisiones sobre todo, nos presentan en tertulias, debates, comedias, o series, las demandas o dificultades que viven estos colectivos. Pero la clase trabajadora y sus problemas han desaparecido por completo del mapa de representación; los diferencias laborales, salariales o de relación con sus jefes o patrones no existen en las comedias televisivas .

Al vuelo de estas reflexiones recogidas por Daniel Bernabé en «la trampa de la diversidad», llevo tiempo dando vueltas a la manifestación del 8 de marzo que presencié en Buenos Aires este año. Escandalosamente multitudinaria, participativa, alegre y diversa… Con dos cuestiones a resaltar, ningún hombre en la misma y dos cortejos semejantes en número pero diferentes. El de las trabajadoras identificadas como tales con sus secciones sindicales, agrupaciones obreras y sindicatos por la calle Rivadavia, reivindicándose como mujeres y trabajadoras: y en la paralela avenida de Mayo, otro identificado con los problemas del feminismo que allí está agudizado por la lucha para legalizar el aborto.

Seguro que mientras discutimos y competimos sobre cómo representar a las mujeres, su situación en el mercado laboral empeora en relación con su clase y con su género. Esto es lo preocupante, no solo en el movimiento feminista, sino en multitud de colectivos que ampara esta diversidad social que es enormemente positiva, pero es usada muchas veces para fomentar el individualismo y romper la acción colectiva.

En la traslación a la política, me quedo con Terry Eagleton cuando afirma que. «La izquierda habla el lenguaje de género, la desigualdad, la identidad, la marginalidad, la diversidad y la opresión, pero con mucha menos frecuencia el idioma del Estado, de la propiedad, la lucha de clases, la ideología o la explotación».

Por estas y otras muchas razones pienso que teniendo razón Felipe González, cuando vaticina que la sociedad no aguantaría una nueva crisis, las defensas están tan cuarteadas y las resistencias tan débiles que solo espero que el vendaval no nos afecte.