La decisión de José Luis Rodríguez Zapatero de cumplir con los electores y retirar las tropas de Irak ha dibujado dos campos de opinión. En uno de ellos están quienes lamentan la medida e insinúan que se trata de una claudicación ante el terror. Es el caso del presidente Bush y de sus acompañantes en esta sangrienta aventura, desde Blair a Berlusconi. Se les suma el candidato demócrata John Kerry, reflejando hasta qué punto es difícil que Estados Unidos modifique sus planteamientos, sea cual sea el resultado de las presidenciales, cuando ya se ha vendido la idea de que el patriotismo está en juego. Pero la mayoría de la opinión pública mundial entiende la postura de Zapatero porque España regresa a una postura que nunca debería haber abandonado. Y allí se reencuentra con otros aliados en la OTAN, como Francia y Alemania, que no apoyaron la guerra ilegal y se negaron luego a legitimarla desde una coalición decorativa. Y con las fuerzas de oposición en Italia y Polonia, que aspiran a que sus países sean las próximas piezas de un efecto dominó. España no se convierte en un paria internacional, sino que engrosa el grupo de quienes buscan una salida al conflicto que no pase por hundirse más en la escalada de la violencia.