Ya sabemos que España y los españoles no van por el mismo camino. Estos últimos votan esperando respuestas y soluciones, pero se encuentran (a veces, demasiado tarde) que para los partidos políticos la prioridad son sus propias estructuras orgánicas, el poder y el dinero público que puedan recabar. En su seno, lejos de sumar esfuerzos e ideas por el bien de un programa, imperan las fobias personales y los codazos con el único y oscuro objetivo de eliminar rivales y ganar una buena posición, no vaya ser que caiga un caramelo y me pillen despistado. De puertas afuera, ya se sabe: abrazos, besos y palabras huecas. Dos ejemplos: por la derecha, Rivera se refiere a «las reformas de futuro que España necesita» (algo que suscribe el PP), mientras en la izquierda se habla de que la vida de la gente sea el centro de la política. Demasiado poco.

Tiene razón Felipe Alcaraz cuando dice que hoy en día los votos provienen de la seducción más que de la convicción. Para los partidos, la clave está en el lugar que quieren o puedan ocupar en el tablero y en acertar con un eslogan pegadizo. Y punto. No estaba previsto, pero el voto ciudadano se ha hecho demasiado plural, justo lo que se quería evitar con la ley d’Hont, herramienta con la que se quiso reducir la sopa de siglas, como bien definía el expresidente Calvo Sotelo. Así, hemos vuelto a la casilla de salida. No hemos madurado la idea de que la gobernabilidad ya no viene regalada y hay que negociarla sí o sí con diferentes actores.

Anteponer con obcecación los principios a la voluntad general no es signo de firmeza sino de incompetencia. Y más en tiempos de voto volátil y cambiante. Otra cosa es optimizar la fragmentación en forma de oportunidad. El resultado de la repetición electoral tendrá mucho que ver con la novedad de la vía Errejón y la imprevisibilidad del factor Rivera. Este último ha rechazado la España Suma que proponía Cayetana Álvarez de Toledo con unos objetivos políticos indistinguibles. Se suponía que el PP aportaba el voto de más edad y arraigado, y Cs el más joven.

Con todo, en la derecha tienen muy claro que lo que no unan antes lo unirán después. No ocurre lo mismo al otro lado del escenario. Aquí, parafraseando a Víctor Hugo cuando escribió en Los Miserables: «Nosotros, los pobres, nos morimos nosotros mismos»; no queda otra que asumir una evidencia histórica y al parecer irresoluble: las izquierdas se dividen ellas solas. No necesitan ayuda. *Periodista