El domingo telefoneé a mi buen amigo Yuri, quien estaba esperando invitados para celebrar la Pascua ortodoxa. En Rusia es fiesta grande, e incluso podría decirse que en el acervo cultural pesa más la resurrección que la natividad. Mientras se escuchaba cacharrear en la cocina, charlamos un buen rato a la salud de Movistar. De lo que viene cociéndose en Ucrania y en su país. Y salió a la conversación el hartazgo que produce el doble rasero que emplean EEUU y el perro faldero de Europa.

Bien es cierto que a Vladímir Putin le gusta la diplomacia chulesca y lucir pectorales a la que puede, pero a menudo también se silencian los agravios que viene sufriendo Rusia desde el desplome de la Unión Soviética. Por ejemplo, la ampliación ad infinitum de la OTAN, cuando se supone que la guerra fría ya es solo decorado para las películas de espías. O el aplauso que han recibido de Occidente cuantas revoluciones multicolor se han desatado en su cancela, sin reparar en su esencia. ¿Acaso son demócratas angelicales quienes han protagonizado la revolución de Maidán?

A LOS DE Kiev se les glorifica, mientras que a los prorrusos de Crimea se les tilda de terroristas. Occidente respalda el nuevo régimen ucraniano, aun cuando el Gobierno interino defiende idénticos valores que el anterior: el liberalismo económico y el enriquecimiento personal. Lo que se dirime allí no es otra cosa que un trueque de cromos, el cambio de una oligarquía por otra, cuando lo prioritario debería ser que Ucrania permaneciese unida, como bisagra eterna entre Europa y el Este, y orquestar la lucha conjunta contra la corrupción de las élites.

Periodista