Parece evidente que en los últimos tres meses han ocurrido, y ojalá que siga la racha, cosas importantes para Aragón. El nuevo Gobierno de la nación ha liquidado el trasvase del Ebro, ha ofrecido su apoyo incondicional a la candidatura de Zaragoza para la Expo-2008 y ha prometido, aunque sin fechas ni presupuestos, grandes obras públicas. Ahora bien, en este estado de dulce sopor en el que nos hemos instalado, no todo es bueno. El AVE de Madrid a Valencia, pese a tantas promesas de los socialistas en la oposición, no pasará por Teruel, ahora dice el consejero del ramo que es mejor la línea, todavía virtual y ya veremos si alguna vez real, Sagunto-Bilbao. La autovía Mudéjar no pasará por Daroca, que a este paso acabará pidiendo la independencia o su integración en Portugal. Las carreteras secundarias y los transportes de cercanías siguen siendo tercermundistas, y por mucho tiempo a lo que se ve. Los especuladores diseñan a su antojo y en contra de los intereses de la mayoría el modelo urbano, decidiendo a golpe de talonario por dónde se ha de expandir una ciudad o dónde han de ubicarse los nuevos barrios. Y el ciudadano, entre tanto, ha quedado relegado a mero espectador paciente de lo que pasa. La Administración funciona (?) al margen de la realidad, y la consigna es en todas partes la misma: no hacer nada, o casi nada, para no cometer errores, y justificar el incumplimiento de las promesas aludiendo al pasado heredado. Hasta las Cortes se han apuntado a trabajar poco. Y eso que no hace mucho calor.

*Profesor de Universidad y escritor