Al escribir del neoliberalismo me llueven abundantes críticas. De ellas aprendo. Otros opinan que hemos hablado poco sobre él. Su comprensión es fundamental desde un punto de vista estratégico. Intuyo que una gran mayoría de la población todavía no es consciente de este laberinto tenebroso. No solo eso, es que además aceptan que su existencia es incuestionable, y ante ella no queda otra opción que la sumisión. Al respecto, parece muy pertinente un pensamiento de Hans Magnus Enzensberger del prólogo de Josep Ramoneda a la obra de Daniel Innenarity La política en los tiempos de indignación: «No hay alternativa». Aceptar tal afirmación es «una injuria a la razón, pues equivale a una prohibición de pensar. No es un argumento, es una capitulación».

Quien mejor lo estudió fue Michel Foucault, cuyo plan de análisis siguen Christian Laval y Pierre Dardot en La nueva razón del mundo. El neoliberalismo se puede definir como el conjunto de discursos, de prácticas, dispositivos que determinan un nuevo gobierno de los hombres según el principio universal de la competencia (rivalidad en el mercado). Antes que una ideología o una política económica es, de entrada y ante todo, una racionalidad; y que, en consecuencia, tiende a estructurar y organizar, no solo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los propios gobernados. A través de dispositivos y técnicas de poder introduce efectos subjetivos de tipo empresarial, que induce a los individuos a identificarse como una empresa de sí, propietario de un capital humano, que es necesario administrar mediante elecciones sabias, a través de un cálculo de costes y beneficios.

Si hay un lugar impregnado de los principios neoliberales es la UE. La actual crisis europea muestra hasta qué punto los fundamentos de la construcción europea (la competencia convertida en dogma) conducen a asimetrías crecientes e irreversibles entre países más o menos competitivos. La carrera a la competitividad (capacidad de competir), a la que se lanzó Alemania a inicios del 2000, no es sino el efecto de la implementación de un principio inscrito en la Constitución Europea: la competición entre las economías europeas, combinada con una moneda única gestionada por el BCE garante de la estabilidad de los precios, constituye la base misma del edificio comunitario y el eje dominante de las políticas nacionales. Esto significa que cada país miembro es libre de usar del dumping fiscal más hostil para atraer a las multinacionales -de esto sabe mucho Juncker-, de devaluar los salarios y reducir la protección social para generar empleo a expensas de sus vecinos; de rebajar los costes de producción a través de la deslocalización; de reducir la inversión pública y el gasto en educación, sanidad, desempleo, pensiones, para disminuir el nivel de las contribuciones obligatorias y los impuestos.

Este principio general de la competitividad supone la extensión indiscriminada de la normativa neoliberal a todos los países, a todos los sectores de la acción pública, a todos los ámbitos de la sociedad; lo que implica con la excusa de que la oferta sea más competitiva, introducir la competencia entre los asalariados europeos y del resto del mundo, con la consiguiente devaluación salarial. Un ejemplo de la Renault: mientras que la dirección del grupo elogia la competitividad de los asalariados españoles ante los trabajadores franceses, en España destaca el ejemplo de Rumania para pedirles que trabajen gratis los sábados.

Corolario de la competitividad es una carrera suicida de los planes de austeridad, que al reducir gravemente los ingresos de la mayoría de la población, son inseparables de la voluntad asumida de gestionar las economías y las sociedades como empresas empujadas a una irreversible competición mundial La imposibilidad de incrementar la fiscalidad de las grandes empresas para evitar su deslocalización, reduce los ingresos de los Estados, por lo que para cumplir con los planes de austeridad, no tienen otra opción que recortar el gasto social. Todo sea por la competitividad. Pero esto es un camino sin retorno. A pesar de todos los sacrificios acumulados por la sociedad española las instituciones de la UE imponen a los españoles nuevos y brutales recortes de miles de millones de euros. ¿Habrá algún límite? En el neoliberalismo como en el totalitarismo, no lo hay. ¿A qué se debe tal empecinamiento con los planes de austeridad? Es la consecuencia del propio mecanismo de la competencia. Tal obstinación, hasta el fanatismo por parte de los gobiernos de la UE, se explica porque están atrapados en un marco normativo, tanto mundial como europeo, hecho de reglas privadas y públicas y de consensos que tienen valor de compromiso cara el futuro, construidos por ellos mismos en los últimos decenios. Incapaces de romper con este marco, se ven arrastrados en una huida hacia delante para adaptarse cada vez más a los efectos de su política anterior. Por ello, esta crisis no es solo una crisis de mala orientación de las políticas de austeridad, tiene que ver con los propios fundamentos de la UE. La gran decisión adoptada ha sido constitucionalizar las disposiciones restrictivas que impiden que se puedan aplicar políticas diferentes que salven a Europa de otra manera. Los dirigentes europeos se han encerrado en una prisión de la cual no pueden salir.

*Profesor de instituto