Hace semanas que se renueva, casi a diario, el récord de cotización del euro frente al dólar. Ayer un euro valía 1,26 dólares (en equivalencia inversa, un dólar costaba 79 céntimos de euro, unas 130 pesetas). Esa tasa de cambio supera incluso los primeros meses de cotización oficial de la moneda única que a partir de enero de 1999 sustituyó a 11 divisas europeas. Pese a que cueste entenderlo, la actual fortaleza del euro es tan poco deseable como cuando hace un par de años estaba tan sumido en la debilidad que no pocos euroescépticos vaticinaban su desaparición a plazo fijo.

La clave está en la anómala situación de la economía de Estados Unidos, que, con déficits inusitados en las cuentas públicas (más gasto militar y menos impuestos) y en su balanza comercial, mantiene un buen nivel de crecimiento sin que aumente su inflación. Y, sobre todo, con un tipo de interés negativo (el 1%, por debajo del IPC). Frente a ello, la Unión Europea mantiene un tipo del 2%, hasta ahora considerado suficiente para reactivar las economías nacionales. Ese modelo parece agotado y cuando hoy se reúna el Banco Central Europeo deberá decidir si interviene en el mercado monetario o rebaja los tipos de interés.