Una de las obras más representadas en la historia del teatro español, La venganza de don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, ha sobrevivido asimismo en el mundo de la edición. Desde su estreno en el Teatro de la Comedia de Madrid, el 20 de diciembre de 2018, su texto escénico no ha dejado de imprimirse. La última, muy reciente edición de La venganza de don Mendo, acaba de correr a cargo del sello Reino de Cordelia, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca e ilustraciones de Fer.

En sus páginas volvemos a reír con las locas aventuras y disparates de un don Mendo desorejado, dispuesto a revertir todos los arquetipos del héroe en un sucédaneo de hazañas transferidas por la realidad al universo del humor.

En esa clave de transgresión de géneros, de muestra irrespetuosa contra el academicismo, el clasicismo y la tradición hay que leer a un Muñoz Seca ciertamente inspirado al escribir los versos de don Mendo, tanto como despreocupado de pulir una métrica que, sin embargo, no tenía secretos para él.

A la vista del resultado final, a golpe de carcajada y ripio, Muñoz Seca se decidió a bautizar a su criatura como astracán, o una mezcla de comedia, esperpento y novela de caballerías, por agitar tan solo algunos de los licores mezclados en la coctelería del dramaturgo.

Don Mendo triunfó desde el mismo día de su estreno. El público español disfrutó de lo lindo y muchos espectadores se hicieron con el libreto para aprender de memoria las estrofas de los personajes, Azofaifa, Bertoldino, Niño, Moncada, Clodulfo... e improvisar representaciones entre amigos, con motivo de cualquier celebración o fiesta, obligándose sin mayor esfuerzo a recitarlos de tirón, del mismo modo que de tirón había escrito don Pedro su ya inmortal don Mendo.

Obra que, así leída, como contracrónica de un Siglo de Oro y de un imperio español exaltado por sus portavoces hasta el momento mismo de su extinción en 1889, y aún después, las señas nacionales que afloran a la obra son las de un humor más tierno, que no tiene miedo a caer en el ridículo ni a crear personajes despojados de grandilocuencia heroica para ponerse al servicio del entretenimiento y del humor.