Al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, lo tenemos mal catalogado en Europa. Muchos consideran, equivocadamente, que su condición de empresario le hace valedor del libre mercado y la liberalización de la economía. Pero lo cierto es que su gestión está resultando un continuado ejercicio de proteccionismo e intervencionismo casi sin límites. Lleva meses asediando al presidente de la Reserva Federal norteamericana, Jerome Powell, para que la política monetaria de su banco central acompañe en la guerra comercial que libra simultáneamente con China, México y, según sus ultimas declaraciones, también con la Unión Europea. El último despropósito del presidente de los Estados Unidos ha sido un furibundo ataque contra el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. El banquero italiano, buen conocedor de los mercados financieros donde se curtió, declaró este martes que la retirada de los estímulos al euro, vía la compra de deuda y la bajada de tipos de interés, podía revisarse en función de la inflación. Rápidamente, Draghi logró su objetivo y el euro se depreció respecto al dólar, cosa que favorece las exportaciones europeas, especialmente las alemanas, que han dejado de tirar del carro de la recuperación económica y amenazan con llevar a la locomotora de la moneda única europea a la senda de la recesión. Trump, en un tuit, acusó a Draghi de «manipular el euro para conseguir una ventaja competitiva». Justo lo que él mismo intenta con su banco central, que deje de subir los tipos para depreciar la moneda. Lo curioso es que la bofetada de Trump en la cara del BCE consiguió que ayer mismo la Reserva Federal dejase las puertas abiertas a una posible bajada de los tipos, justo lo que quería el presidente.

La crisis financiera del 2008 ha abierto una profunda herida en la credibilidad de los bancos centrales que, en muchas ocasiones en los últimos años, han tenido que actuar con criterios políticos y no desde la ortodoxia financiera. La Reserva Federal tiene cobertura para hacerlo, porque en su mandato está la lucha contra el paro, cosa que ha liderado con éxito en la última década. El BCE lo tiene más difícil y Draghi ha tenido que lidiar con el pánico alemán a la inflación para salvar al euro de los ataques especulativos. Ahora, cuando ve próximo el fin de su mandato, y aprovechando el vacío de poder en la UE y en Alemania, ha decidido variar el rumbo. Veremos los resultados.