EEUU y Rusia están en guerra. Lo están por las inaceptables intromisiones electorales rusas vía internet, que han tenido por respuesta sanciones económicas. Y lo están por Siria. Una batalla se ha librado en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la que los dos países han derribado sus respectivas propuestas sobre la respuesta a dar a los ataques con armas químicas utilizadas por Bashar al Asad en Duma, controlada por los rebeldes, con al menos 60 civiles muertos y centenares de heridos, muchos de ellos niños, con síntomas de exposición a elementos tóxicos, según la OMS.

Donald Trump, con su poca diplomacia habitual, ha avisado a Rusia de que va a iniciar una ofensiva bélica contra el régimen de Damasco. La actuación del sátrapa, que sobrevive gracias al apoyo de Moscú y de Teherán, merece una respuesta, pero la que pueda dar Trump militarmente despierta muchos interrogantes. El principal: saber si el presidente tiene la suficiente capacidad para plantear una réplica bien madurada y proporcionada que envíe el mensaje adecuado a Asad y a los países que le mantienen en el poder.

Hace poco más de una semana, Trump quería retirar de Siria a los pocos centenares de soldados estadounidenses que quedan y salir del conflicto. La visión de las víctimas del último ataque con armas químicas, ¿le ha convertido en un adalid de los derechos humanos? Es dudoso. Por ello preocupan las decisiones erráticas de EEUU.

Hace un año, ante un ataque parecido, Trump mandó bombardear una base aérea. Fue una respuesta aislada, sin ningún resultado, sin formar parte de una estrategia, y a los pocos días la base volvía a estar operativa.

Ahora el presidente busca coordinarse con otros países, especialmente con Francia y el Reino Unido. El uso de armas químicas merece una respuesta si no queremos que todo el tejido de derechos humanos y de convenciones internacionales se desmorone. Sin embargo, no hay que olvidar las desastrosas intervenciones de los tres países en Irak y Libia, que solo sirvieron para desestabilizar aún más la zona más inestable del mundo. Por ello, la respuesta a Asad y a Putin no puede ser ni apresurada ni mal planeada, y debe tener en cuenta a la población, que es víctima del régimen, de la violencia yihadista y de los intereses estratégicos de varios países, próximos y lejanos.