Soy un cotilla, lo reconozco. Cuando viajo en tranvía o en autobús, me gusta escuchar las conversaciones ajenas. Hay una conversación muy común que he escuchado más de una vez. Se encuentran dos amigos, que hace mucho que no se ven, y se preguntan el uno al otro: «¿Y ahora, maño, dónde vives?». Y el otro responde: «Yo en el centro. ¿Y tú?». «En el centro también», responde raudo el otro, vivan donde vivan. Así es, todos en Zaragoza vivimos en el centro. Es algo insólito y maravilloso. Vives en la plaza San Francisco, pues en el centro. Vives en el Casco Viejo, pues en el centro. Vives en el Arrabal, pues en el centro también, qué caramba, no nos vamos a poner exquisitos. Sin embargo, si paro a cualquier persona por la calle y le pregunto (con educación, eso sí) cuál es el centro neurálgico de la ciudad, el eje desde el que se ordenan y numeran las calles, me responderá seguramente que El Corte Inglés. Pues no, gran error, El Corte Inglés no es el centro de Zaragoza. Otros me dirán que la plaza del Pilar, que tiene su lógica, pero no, tampoco está el foco ahí. El centro auténtico es la plaza España, pero mucha gente, ya digo, no lo sabe. Supongo que por esa costumbre de presumir todos de vivir en el centro, de tal suerte que el centro real se relativiza, se diluye y se expande en todas las direcciones posibles, como una sinuosa mancha de tinta. El centro es muy indeterminado, se podría argumentar. De hecho, en política ocurre algo semejante, nadie sabe exactamente dónde está el centro, o si existe siquiera. Vete a saber.

*Escritor y cuentacuentos