El consejero de Medio Ambiente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Milá, como otros tantos catalanes de amplio espectro social y político, ha ejercido siempre como aliado natural de Aragón en la lucha contra el trasvase del Ebro. Tanto su partido, Iniciativa per Catalunya-Les Verds, como él mismo, han sido siempre partidarios de dejar el Ebro como está y de solucionar los problemas de agua de Levante actuando sobre la oferta y no ampliando la demanda. Pero desde el jueves pasado sus convicciones acerca de la necesidad de mantener íntegra la cuenca son aún mayores. Un simple paseo en barca por el embalse de Mequinenza junto a su homólogo aragonés, Alfredo Boné, contribuyó a reafirmar la sensación de atropello que ya había configurado en su análisis previo con la lectura de los datos, la lógica de quien comparte un espíritu conservacionista y hasta la simple aplicación del sentido común.

Una hora estuvieron surcando el mar de Aragón, el tiempo necesario para recorrer en lancha y a buena velocidad la distancia entre el entorno de la presa y la urbanización Lake Caspe. Impresionado por el ingente caudal almacenado, el consejero aragonés aprovechó para ponerle un ejemplo gráfico irrefutable. Entre ambos puntos sólo habían recorrido la mitad del pantano, que por estas fechas anda rozando el límite de su capacidad., o lo que es lo mismo: el equivalente al 60 o 70% del caudal que el PP pretende trasvasar anualmente a las cuencas mediterráneas.

El ejemplo, que no pasa de ser anecdótico, revela el verdadero problema de fondo del debate hidráulico nacional. Existe una galopante falta de empatía entre afectados y beneficiarios de esta faraónica obra hidráulica porque quienes esperan el agua no se han parado a pensar o no han sido capaces de apreciar qué representan físicamente 1.050 hectómetros cúbicos de agua almacenada. En lugar del consejero Milá, a quien habría que pasear en barca por Mequinenza es a José María Aznar, a Mariano Rajoy o a Luisa Fernanda Rudi, aunque seguramente lo más efectivo sería traer a Margot Wallström, comisaria de Medio Ambiente de la UE, única institución capaz ahora mismo de frenar el desaguisado en ciernes.

En menor escala, ese mismo problema se reproduce en Aragón, que se divide en dos cada vez que se pone encima de la mesa una gran obra de embalse o de abastecimiento sin que nuestros gobernantes, verdaderos encargados de templar los ánimos y acercar las posturas sepan, quieran o puedan hacer nada para enmendar la situación. En un debate tan rico como el hidráulico no se deja lugar para las posiciones intermedias, probablemente las más inteligentes, y se aboga por el maximalismo. Una mezcla de desconfianza y de confrontación de territorios con economías e intereses contrapuestos aflora cuando llega la hora de la verdad y hay que empezar las obras. Es lo que ha ocurrido esta semana en Artieda, donde se han reproducido imágenes ya vistas recientemente en otros grandes proyectos, como el pantano de Rialb en Lérida o el de Riaño, en León. Imágenes muy tristes porque demuestran la incapacidad de los políticos para aunar voluntades en torno a un proyecto de interés general y que deberían hacerles reflexionar ahora que toca expresar la voluntad popular en las urnas.

La pasada legislatura se abordó un interesante intento de mediación por parte de la Fundación Ecología y Desarrollo, entidad que como su nombre indica aboga por aunar la protección medioambiental y las posibilidades de progreso que genera la explotación de los recursos. La voluntad era muy positiva; los contactos, intensos y en principio fructíferos, pero el desenlace fue muy frustrante porque a los principales partidos y responsables institucionales les faltó al final valentía y decisión para hacer suyas sus conclusiones y obrar en consecuencia. Por poner ejemplos concretos, en el caso de Yesa ni se puede cercenar la voluntad de desarrollo de un territorio como las Cinco Villas ni se puede por ello echar a los vecinos, por pocos que sean, de un valle en el que siempre han vivido. En cuanto este problema se aborda desde un prisma de mercado electoral, los grandes partidos tienen miedo de moverse de sus posiciones para evitar una pérdida de votos, polarizados como están sus emisores por el propio discurso político.

En este escenario maniqueo, es de desear que el Instituto Aragonés del Agua ejerza realmente el espíritu político desde el que fue concebido --para gestionar depuradoras no hacen falta ni instituto ni coches oficiales, pues debería bastar con los funcionarios-- y siente sobre la mesa con urgencia a los interlocutores en conflicto. Y esto es así porque PSOE y PAR, con responsabilidades en el Gobierno, tienen la obligación de hacerlo si quieren ser realmente un gobierno representativo y que aúne las voluntades y las sensibilidades de sus gobernados, y no sólo de sus votantes. Sin entrar a valorar la clave política de esta situación, pues socialistas y aragonesistas deberían ser conscientes de que los únicos partidos que salen fortalecidos con sus discursos hidráulicos radicales, aunque en sentido antagónico, son PP y CHA. Con escenas como las vividas esta semana en Yesa, como ha dicho esa misma semana con acierto el presidente de la Diputación Provincial, Javier Lambán, se están dando argumentos a los populares para justificar su exasperante lentitud en la ejecución de las grandes obras. En el otro lado, la Chunta seguirá cosechando réditos a su defensa íntegra de la cuenca del Ebro y a la preservación de los valles son más que evidentes, sobre todo en la ciudad de Zaragoza.

Sin modular este debate en su justo término, anclados en las reminiscencias de un Pacto del Agua trasnochado y agobiados por la urgencia en la defensa del Ebro ante la afrenta de la corte madrileña, aquí, en Aragón, seguiremos dándonos de bruces contra las paredes de nuestra propia contradicción. Ahora que llega una campaña electoral en la que el trasvase y las obras hidráulicas saldrán constantemente a colación, se impone una reflexión serena y madura de los principales líderes políticos y sindicales antes de que esta crispación acabe por generar aún más descrédito en un debate tan importante. Volviendo al ejemplo de esta semana en Mequinenza, sólo con un ejercicio de empatía y de comprensión de las verdaderas magnitudes del problema, esas que sólo se aprecian cuando uno bebe agua del grifo en Zaragoza, come arroz de las Cinco Villas y se baña en los manantiales de agua caliente inundados por Yesa en Tiermas.

Marcelino Iglesias y José Angel Biel tienen un reto alambicado de compleja solución, pero afrontarlo en este momento es una obligación histórica ante la que no pueden mantenerse impasibles. El presidente ya ha lanzado esta semana algún guiño significativo, pero es el momento de ejercitar una acción más decidida. Los intereses del llano y la montaña con el agua quizás sean incompatibles por su propio antagonismo, pero afortunadamente existen los mecanismos de compensación. Por intentarlo que no quede.

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