En el Reina Sofía no exponen el Alcañiz. Ni el Barbastro. Ni el Caspe. A Picasso no le dio por ponerse cubista con las víctimas de estos bombardeos. Igual que en Gernika, con similares cifras de barbarie, los Stukas alemanes o los Savola italianos realizaron sus fúnebres maniobras. Entre 1937 y 1938 Aragón fue un campo de pruebas para experimentar el armamento y las tácticas sobre víctimas civiles, atrocidades de lo que vendría después en la segunda guerra mundial.

La diferencia sustancial para que unos se guarden en el recuerdo colectivo y otros, hasta siendo de aquí al lado, se hayan sepultado en el olvido, fue una. A Gernika acudió George Steer , un periodista británico que pudo constatar el horror, hablar con los heridos y difundir la macabra crónica al mundo. En Aragón no estaba ni el tato. Solo quedó el silencio de los muertos y el llanto de los vivos.

Ahora no habría pasado eso. Las atrocidades hubieran dado la vuelta al planeta. Quizá hasta dos o tres. Porque todos podemos guardar testimonio de lo que pasa. Al menos en el mundo rico y occidental. Hasta lo más ridículo e insignificante salta a la pantalla, se hace viral. O peor. Hasta la mayor de las mentiras. La vilipendiada labor del periodista se democratiza con las redes y los móviles con camarita y grabadora a la misma velocidad que se machaca el significado de veracidad o deontología.

Así nos hemos enterado esta semana de que ha nevado en Madrid, comido vídeos de surfistas de la nieve por la calle Serrano, peñita haciendo skimo por Cibeles, enfermeras pateándose la acera para marchar a la guardia o avalanchas de tejado por Malasaña. Aquí pasa tres cuartos de lo mismo. Zaragoza, a tutiplén. ¿Y el resto? A breve.

Porque pese al alcance mayoritario de los medios individuales de comunicación, los de masa siguen teniendo su foco donde más público hay, ubican sus sedes y desde donde informan: las ciudades.

Poco se han visto las penurias de los ganaderos para rescatar sus animales. O los cortes de luz. O cómo no había que hacer llamamientos para palear en comunidad. O más y más.

Porque el mundo rural sigue siendo un reclamo menor, insignificante, con menos telespectadores y menos profesionales que achiquen su sitio en la colmena informativa. O peor, caricaturizando las temáticas con ojos de la ciudad. Y por eso es tan importante tomar el relevo, utilizar esas nuevas tecnologías para expresar las realidades de la tierra y el cielo del campo. Porque aquí también nieva. Aunque eso no sea nuestra noticia.