Es una evidencia que el mundo camina intentando procurar la creación de grandes unidades territoriales sin las que ni la política ni la economía, pueden contribuir hoy eficazmente, al progreso humano y social.

Y dado que la economía necesita de la política tanto como ésta de la economía, resulta manifiesta la necesidad de que ambas, generen esas grandes unidades territoriales que no son incompatibles ni con las entidades tradicionales de la vida local ni con las Comunidades Autónomas, unas y otras indispensables para escalonar el ejercicio territorial de los poderes públicos.

Pero hay un límite consistente en que las Comunidades Autónomas no pretendan transformarse en Estados; ni lo son ni sería recomendable que lo fueran. Las CCAA deben ser permanentes, en absoluto entidades de tránsito para convertir luego a alguna de ellas en estados o microestados. Tal riesgo afecta hoy, con mayor o menor intensidad, a los principales Estados del Continente y si llegara a consumarse, la decadencia de Europa sería irremisible. Una Europa aún más dividida sería "pan comido" para potencias como China, EE.UU., Rusia y otras que irán emergiendo en este siglo.

Opino que política y económicamente, el empequeñecimiento de los Estados que conllevaría la fragmentación de los ya numerosos existentes en Europa, sólo conduciría a vías de regresión y nunca, a la progresión deseable.

El drama de las dos grandes guerras que padeció Europa en el siglo XX, sin contar las restantes que tampoco fueron "moco de pavo", hizo que se desatendiera antes de iniciarlo, el verdadero y posible camino de la Unión Europea; medio siglo se desaprovechó jugando a la contra del único sendero que garantizará el porvenir del Continente.

Los Estados europeos y principalmente los grandes, incurrieron en el gravísimo yerro de aquellas dos guerras que deterioraron cualquier espíritu de unión entre ellos y debilitaron para muchos años, las economías de los países contendientes, dedicadas a hacer los mayores sacrificios para la producción de medios de guerra; en síntesis, armas en vez de pan.

En situaciones como esas, la iniciativa individual y la propiedad privada, dos elementos imprescindibles para hablar de progreso verdadero, se ignoraron o se subordinaron a las necesidades bélicas, las únicas que parecían importar, represiva o preventivamente.

Gente tan significativa como Keynes ha venido entendiendo como un inmenso yerro, el que padecieron los vencedores de la IGM con la malévola elaboración del Tratado de Versalles, que los alemanes bautizaron como "el dictado de paz de Versalles". Ese fue, dicen muchos expertos, el origen de tantos equívocos e iniquidades posteriores como conllevó aquella ominosa imposición.

Efectivamente, no es dudoso que fue ese el inicio de un modo de ver "la guerra del catorce", como si la culpa no correspondiera a los dos bandos (ya se sabe aquello de que "dos no riñen si uno no quiere") sino que el sedicente Tratado imputaba no ya al Estado perdedor, sino a cada ciudadano alemán sin distinción, la responsabilidad moral y pecuniaria, por las faltas de su Gobierno.

Si aquella primera Gran Guerra fue en buena parte, consecuencia del temor británico a la competencia alemana, la segunda como Keynes puso de relieve con ejemplar objetividad, fue el efecto de la penitencia que el Tratado de Versalles impuso inicuamente, a la economía alemana. No es exagerado observar que Alemania ha logrado por vía pacífica, el liderazgo que le negaron aquellas dos guerras.

En fin, y ¿nosotros, qué? Opino que a dónde vaya Europa tiene que ir España, que España no podría ser Suiza y que debemos comprender que extramuros de esa UE, nuestro porvenir sería ruinoso. Preguntémonos cómo estaríamos ahora, de no haber ingresado en el Mercado Común; ¿estaríamos mejor o estaríamos definitivamente empobrecidos? El asunto es interminable pero debemos recordar que con la UE o sin formar parte de ella, sólo podríamos recibir, lo que supiéramos laboriosamente merecer.