Aunque los acontecimientos en Ucrania pueden sobredimensionar las diferencias entre el Este y el Oeste de Europa, lo cierto es que a un servidor, tras un tiempo viviendo en Polonia, le llaman más la atención nuestras semejanzas. La imagen más clara para explicarlo es que ambos vivimos en la periferia de Europa, un concepto que aplicamos normalmente a las ciudades pero que también sirve para explicar hoy en día la distribución del poder político y económico del viejo continente. Como diríamos en argot popular, la yema del huevo llegaría a lo sumo de Berlín a París, así que el resto estamos en las afueras, aunque eso sí, nosotros en la costa y ellos limitando con un gigante energético y político como Rusia, con lo que ello conlleva. En cuanto al mapa político, aunque venimos de polos opuestos, si repasamos nuestra historia reciente también podemos encontrar similitudes importantes. Ambos vivimos buena parte del siglo XX sitiados por guerras --internas en un caso y externas en otro-- y sometidos por regímenes totalitarios, cuyas diferencias --empezando porque unos eran de izquierdas y otros de derechas--, se desdibujan tras las semejanzas: recorte de derechos y libertades, desigualdades, injusticias, persecución, aislamiento, penurias y un largo etcétera. Simplificando, la caída del telón de acero hace un cuarto de siglo significó para países del Este como Polonia la entrada en Europa por el lado geográfico y político contrario al que se había incorporado antes España. Un proceso que ha venido en pocas décadas a minimizar sus diferencias en los estados miembros de la UE, pero que en los países de la antigua URSS, como es el caso Ucrania, sigue todavía en marcha.

Periodista y profesor