El problema de los palestinos tiene dos caras: la de la pobreza que sufre el 60% y la de la riqueza que acumula su presidente Arafat, considerado por la revista Forbes como el noveno jefe de estado más rico del mundo. Mil millones de dólares le calcula el FMI, que investiga sus cuentas porque no se explica cómo ha hecho semejante patrimonio un revolucionario de izquierdas. Como tampoco se explica que mientras los distintos gobiernos europeos y el Fondo Monetario Arabe, entre otros, le donan cada año unos 2.000 millones de dólares para que mitigue el dolor y el hambre en los campos de refugiados, el 13% de los niños sufra malnutrición severa. ¿Se han preguntado los financieros de Arafat por qué siguen existiendo los campos de refugiados? ¿Acaso no son el principal escaparate de la causa palestina para seguir recibiendo ayuda internacional sobre la que no hay que rendir cuentas?

La crisis humanitaria ha empeorado terriblemente desde que comenzó la segunda intifada, pues la respuesta de Israel a los atentados palestinos ha sido la destrucción salvaje: la aviación de Sharon no sólo se lleva por delante vidas humanas, también se lleva hogares, escuelas, dispensarios médicos, huertas, agua, electricidad, todo. ¿Por qué sigue alimentando Arafat y las trece facciones palestinas, incluidas Hamás, la Yihad y al Fatah, el terrorismo que destruye al pueblo palestino cada día más? ¿Por qué siguen dando argumentos a la opresión israelí? ¿Acaso porque es la única forma de desviar miles de millones de dólares a cuentas privadas?