Las reacciones oficiales en Francia a la muerte el pasado 1 de noviembre en el valle del Aspe de la osa Canela, la última hembra autóctona del Pirineo occidental, dan buena idea de una sensibilidad ecológica que contrasta con las mezquinas actitudes mantenidas a este lado de la cordillera cuando se han producido catástrofes medioambientales. Cuando se cumplen exactamente dos años del naufragio del Prestige conviene reflexionar sobre el papel --o papelón-- que hicieron entonces los responsables del Gobierno, muy diferente del que ahora hemos visto en los más importantes representantes políticos del país vecino.

El triste final de Canela fue comentado por el mismísimo presidente de la república, Jacques Chirac, en su primera aparición pública tras conocerse la muerte del animal: "Es una gran pérdida", dijo.

Hasta la remota población de Urdos --a pocos kilómetros de la frontera aragonesa de Somport-- se desplazó desde París el ministro francés de Medio Ambiente, Serge Lepeltier, para coordinar sobre el terreno las tareas de búsqueda del osezno de 10 meses que acompañaba a Canela cuando fue abatida a tiros por un grupo de cazadores franceses, un cachorro que, por cierto, tiene muy pocas posibilidades de seguir con vida tras perder a su madre. El ministro prohibió que cazadores o paseantes se acerquen con perros a la zona donde debe de estar el oso y se comprometió, asimismo, a tomar antes de fin de año la decisión de traer más osos procedentes de los bosques de Eslovenia.

Tal celeridad en la reacción difiere por completo con lo ocurrido el fin de semana del 16 y 17 de noviembre del 2002, es decir, hace ahora dos años. También entonces el ministro español de Fomento, Francisco Alvarez-Cascos, se fue al Pirineo. Su colega y titular de Medio Ambiente, Jaume Matas, prefirió pasar esos días en el parque nacional de Doñana. Gran sensibilidad naturalista la de ambos, se diría. El problema es que ese fin de semana llegaba a las costas gallegas la marea negra del Prestige. Los marineros gallegos trataban de frenar con sus propias manos la contaminación de la rías, mientras Matas descansaba en los humedales de Doñana y Alvarez-Cascos perseguía corzos escopeta en mano por los montes catalanes.

*Periodista.