Políticamente hablando, el Ayuntamiento de Zaragoza está sirviendo como laboratorio de pruebas para un singular proceso interno del Partido Socialista, que rige el primer municipio de Aragón en alianza con los concejales de Chunta Aragonesista.

El alcalde Belloch, que no es un regidor corriente, ni un político común, al uso, intenta, como es legítimo, rodearse de un equipo de su confianza, capaz de llevar a cabo las promesas electorales, y de arrojar a medio plazo resultados susceptibles de obtener la aprobación popular. La cita del 2007 está aún muy lejos, pero en política la medición de los tiempos debe ejercerse con bastante antelación, debiendo contarse siempre con la inevitable lentitud de la maquinaria administrativa, y con la probada dificultad de encimar proyectos ambiciosos en una sola legislatura.

Belloch, siempre sobrevolando el aparato del partido, en cuya maquinaria interna no ha podido, no ha sabido o no le han dejado apenas influir, no acaba de encontrarse cómodo con la lista que el partido confeccionó para enfrentarse, el pasado mes de mayo, al candidato del PP, José Atarés. Una lista en la que otros dirigentes socialistas, Iglesias, Pérez Anadón, Lambán, aportaron nombres de su confianza, procedentes de sus círculos de control, familias o corros . Candidatos --concejales, hoy-- entre los que abundaban los cuadros del partido: aquellos militantes experimentados cuya probada disciplina los ha hecho acreedores de un cargo público, desde el que, al margen de la gestión, deberán acrecentar el peso de la influencia a que deben su carrera. Un sistema éste, bastante parecido, por otra parte, al del PP, que presenta sus ventajas y sus inconvenientes.

¿Ventajas? Fundamentalmente, que la unidad del partido queda casi siempre a salvo. Que se evitan los indeseados tránsfugas, los problemas de conciencia, las deserciones, las rebeliones. Que la opinión del jefe o padrino va a misa, pues cuenta siempre con un quórum. Que, en el peor de los casos (derrota electoral) ese mismo sistema cobija o ampara a sus usuarios, proporcionándoles un modus vivendi mientras regresan de nuevo los alegres tiempos del poder. ¿Inconvenientes? Varios, pero los resumiría en dos: la escasa capacidad de imaginación que dichos cuadros, atenazados por la disciplina interna, suelen padecer, y las penosas negociaciones, a puerta cerrada, que deben incluir, entre gente valiosa, a mediocres ciudadanos que sólo buscan en la función pública un sueldo a final de mes.

Belloch, en cambio, apuesta por otro tipo de estructura. Más versátil, menos rígida, y basada, sobre todo, en la incorporación a los equipos de gobierno de profesionales acreditados, bien del partido, bien independientes, capaces de aportar ideas, savia nueva a la Administración. En teoría, esta fórmula, bien orquestada, debería contribuir a enfocar los medios institucionales hacia objetivos no previstos hasta el momento: Exposiciones Universales, ciudades digitales, relaciones con la Europa de las ciudades, nuevas infraestructuras, nuevos convenios, etcétera. Dos modelos, pero un alcalde.

*Escritor y periodista