Desde antes de sentarse en la Casa Blanca, Donald Trump dejó muy clara su obsesión por aflojar lazos con el mundo para hacer realidad su empeño de «EEUU, primero». Su política exterior ha supuesto un golpe letal al multilateralismo, pero ha tenido en Binyamin Netanyahu un buen instigador a la hora de tomar las decisiones de no certificar el cumplimiento por Irán del Acuerdo Nuclear y de retirarse de la Unesco. La alianza entre dos pirómanos para apagar el fuego que consume Oriente Próximo desde hace años es lo peor que le podía pasar a esa disputada región. El acuerdo nuclear con Irán, logrado tras arduas negociaciones de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (5+1) con el régimen de los ayatolás, fue valorado por gran parte de la comunidad mundial como éxito diplomático rotundo e hito histórico contra la proliferación atómica. Solo el Gobierno israelí se opuso a cualquier entendimiento con Teherán y rechazó el pacto incluso antes de leerlo.

Netanyahu y Obama se reunieron a cara de perro en más de una ocasión y ninguno consiguió doblarle el brazo al otro. Trump, sin embargo, cayó sobre el Gobierno israelí como el maná y no han tardado en aparecer las primeras consecuencias.

En palabras del inquilino de la Casa Blanca, entre los motivos para retirar a EEUU de la organización de la ONU dedicada a la Cultura, la Ciencia y la Educación, destaca que mantiene «continuas posiciones antiisraelís». Poco después, para seguir con la pantomima de que no había sido el inspirador de Washington, Tel-Aviv anunció su retirada con el mismo pretexto. A nadie se le escapa, sin embargo, que Netanyahu perseguía ese momento de gloria desde que el 31 de octubre del 2011, la Conferencia General de la Unesco votó a favor del ingreso de Palestina en esa organización, como miembro de pleno derecho, es decir, como un Estado.

Obama ya castigó a la Unesco por reconocer a Palestina congelándole la aportación de EEUU, que suponía el 22% del presupuesto, aunque la administración de la organización lo registra como pendiente de pago, lo que significa que Washington le debe unos 550 millones de dólares. Las esperanzas de que pague son exiguas. La salida está prevista para el 31 de diciembre de 2018. Antes que Obama, Ronald Reagan -que era como Trump, pero sin Twitter- acusó a la Unesco en 1984 de «prosoviética» y retiró a EEUU, que no reingresó hasta el 2002.

Aunque la ruptura de Trump con esa institución es lamentable, al igual que el abandono del Acuerdo de París contra el cambio climático o de la Asociación Trans-Pacífica (TPP), lo más preocupante es el rechazo a reconocer la importancia que tiene para la paz mundial el acuerdo iraní. La retirada unilateral de EEUU de ese pacto internacional habría sido tan escandalosa que Trump prefirió dejar en manos del Congreso la decisión de imponer nuevas sanciones a la República Islámica. Ese mismo día, Yukiya Amano, director del Organismo Internacional para Energía Atómica (OIEA), encargado de vigilar el cumplimiento del pacto, certificó que Irán «está respetando los compromisos adquiridos». Los demás firmantes del 5+1 siguen suscribiendo todo el texto. La campaña israelí por sumar adeptos a su causa antiiraní agrava la inestabilidad de una región tremendamente volátil. La ruptura en junio del Consejo del Golfo, que lidera Arabia Saudí y reunía a las monarquías de la zona, revela las alianzas que se tejen bajo el tablero de Oriente Próximo para cercar a Irán, lo que puede desatar un incendio colosal. Arabia Saudí, junto con Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Egipto rompieron relaciones con Qatar y suspendieron las comunicaciones marítimas, terrestres y aéreas con el diminuto país. Una de las condiciones para restablecerlas es que ponga punto y final a su relación con la República Islámica.

Irán no es un país cualquiera. Como ya demostró en su larga guerra contra Sadam Husein -cuando el dictador iraquí era amigo de EEUU y el Pentágono le suministraba las armas para la contienda- no se va a arredrar si le atacan y sus misiles tienen capacidad para alcanzar territorio israelí, lo que podría desencadenar otro holocausto nuclear mucho más mortífero que el de Hiroshima y Nagasaki. Israel tiene entre 80 y 400 cabezas nucleares y tecnología para lanzarlas desde tierra, mar y aire.

En Oriente Próximo hay una necesidad urgente de contención. La región ha sido una de las más castigadas por los enfrentamientos subsidiarios de la guerra fría y se ha convertido en un terrorífico arsenal. En ese polvorín, la creciente influencia de Netanyahu sobre Trump es más que alarmante.

*Periodista