A medida que se acerca la fecha del referéndum escocés crece la expectación y la tensión sobre el referéndum catalán. Legal el primero, ilegal el segundo.

Sobre esa básica diferencia reflexionaba en las páginas de El País Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional en el País Vasco y testigo de excepción de los procesos soberanistas de Quebec y de la propia Escocia, al haberlos seguido desde las Universidades de Edimburgo y Montreal.

A propósito de ambos precedentes, López Basaguren recordaba que en Canadá la Constitución nada decía sobre referéndums de independencia de ninguno de sus territorios, pero las aspiraciones de los quebequeses fueron reguladas mediante la llamada Ley de Claridad. En cuanto a los escoceses, el Parlamento Británico decidió aprobar el referéndum para Escocia después del triunfo territorial del Partido Nacional Escocés.

Bien diferente es el caso de la consulta anunciada por la Generalitat de Cataluña. Aprobada tan sólo por su Parlamento regional, con fuerte oposición de varias de sus fuerzas representativas, fue rechazada por el Parlamento español y por el Tribunal Constitucional, además de por la práctica totalidad de los partidos de implantación nacional.

Así las cosas, y sin el menor viso de que dicho proyecto de referéndum por la independencia de Cataluña se legalice de aquí a noviembre, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, se obstina en atizar la tensión, generando entre sus conciudadanos una peligrosa mezcla de rechazo y fanatismo. Semejante e infantil iluminismo ha sido feroz y ferazmente alimentado por los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol, quien no necesitó ninguna consulta para manipular a su antojo tanto sus cuentas corrientes como las cuentas pendientes con la historia de la Corona de Aragón, que ha transformado en un cuento chino de profetas y mártires, destinado a mentes tan estrechas como precisadas de amparar en causas colectivas las frustraciones individuales consecutivas al reconocimiento íntimo de no haber sido jamás una nación porque Cataluña nunca ha sido otra cosa que un condado o una autonomía. La persistencia en la ilusión nacional derivará, según López Basaguren, el catedrático antes citado, en una enorme frustración.

Yo también lo creo. Como opino que sólo el tiempo disolverá la tensión.