Cuando los restos mortales de Juan Pablo II todavía no reposaban en su tumba, un clamor resonaba en la plaza de San Pedro. Era el de ¡Santo, subito! (¡Santo, ya!), gritado a coro por los miles y miles de fieles congregados allí desde lugares muy distintos para decir adiós a aquel papa mediático. Desde la creación de la Congregación para las Causas de los Santos (1588), conocida como la fábrica de santos, la media de años entre la muerte de un futuro santo y su entronización a los altares es de 181. Para el papa polaco que fue canonizado ayer han bastado solamente nueve años. Con Juan Pablo II, también ha sido santificado Juan XXIII. Su causa ha dormitado durante más de 50 años en los archivos de la Congregación y si ha despertado ahora parece que es para equilibrar la otra beatificación, pues no resultaría fácil de explicar cómo llega a los altares Juan Pablo II sin que antes lo haya hecho el Papa bueno, el Pontífice que a finales de los años 50 y primeros 60 del pasado siglo --unos años que el mundo vivía lleno de esperanza pero también de riesgos-- revolucionó la Iglesia pidiendo que esta abriera "las ventanas para que entre aire nuevo". Y así lo hizo, mediante la convocatoria del Concilio Vaticano II.

PROXIMIDAD A LOS FIELES

Juan XXIII fue el papa que abrió la Iglesia al diálogo, al ecumenismo, al consenso, el que incorporó los derechos humanos proclamados por la ONU a la doctrina social eclesiástica, el pastor que buscaba la proximidad de los fieles, no la distancia. Juan Pablo II fue, por el contrario, el Pontífice que marcó una restauración en la Iglesia, una involución, limitando muchas de las aperturas heredadas de aquel Concilio. Fue el Papa que favoreció a los movimientos más conservadores dentro de la Iglesia como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y el Movimiento neocatecumenal, y también fue el Papa que, venido del Este, reclamaba a los fieles otra apertura, la de "las fronteras de los Estados, de los sistemas económicos y políticos". Y lo hacía al grito de: "No tengáis miedo".

Pese a la beatificación exprés de Juan Pablo II, sería erróneo considerar la de Juan XXIII como la contra. Hoy, con Francisco en la silla de Pedro la Iglesia recupera aquel camino de sencillez emprendido por el papa Roncalli. Más allá de la campechanería común a ambos, hay una nueva entrada de aire fresco en la Iglesia.