Los contratos firmados hasta septiembre tuvieron una duración media de 49 días, la cifra más baja en ese periodo desde que existen registros, según el Servicio Público Estatal de Empleo. No hay récord que se le resista al mercado laboral español, por la parte baja de la clasificación, se entiende. En el 2006 esa cifra alcanzaba casi los 80 días y se mantuvo en esa onda hasta el estallido de la crisis. Con la reforma laboral del PP, en el 2013 ya cayó hasta los 53 días. De mal en peor. Y no porque en este país la temporalidad sea una invención llegada con el último trompazo económico. Este año, el 26% de los asalariados lo son con contrato eventual, una cifra que llegaba casi al 30% en el 2008 y superaba el 34% en el 2006. Es decir, en las épocas de vacas gordas el tajo indefinido no estaba tan implantado como se podría intuir. Pero no es lo mismo trabajar de forma eventual en un escenario de fácil cambio de empleo y de mejora salarial que cuando las tasas de paro --como las que aún padecemos e incluso las que persisten en el subconsciente del miedo desde el crac-- frenan la capacidad negociadora para exigir mejoras. Un caldo de cultivo que permite mantener estocs de trabajadores en competencia. A la baja, por supuesto. Y no es que ese reparto de temporalidad se vuelque sobre tipos de empleo de poco valor añadido cubiertos por trabajadores de escasa cualificación --que ocurre en el 97% de los casos-- , sino que afecta también a los profesionales con estudios universitarios... un poquito menos, el 83%.

España sigue manteniendo el mayor índice europeo de eventualidad laboral y no parece que haya prisa por revertir la reforma laboral que está consolidando un modelo a la baja de calidad en el empleo. Quizá por si viene bien ante los nubarrones que se anuncian.

*Periodista