La repatriación desde Liberia del sacerdote español Miguel Pajares, afectado por el virus del ébola, así como la de dos estadounidenses que también han regresado a su país para recibir tratamiento, han disparado las alarmas de la comunidad internacional que estudia cómo hacer frente al peor brote de esta enfermedad desde los años 70. El virus se ha cobrado ya más de 930 vidas, su avance prosigue de forma imparable en varios países africanos (Guinea, Liberia, Sierra Leona y, últimamente, Nigeria) y amenaza con saltar fronteras y hasta continentes.

La lucha contra el mortífero ébola se ve dificultada por los profundos desconocimientos que sobre el mal admite tener la ciencia. Sin conocer su origen para poder atacarlo de raíz, ni la posibilidad de contar en breve tiempo con una vacuna eficaz ni siquiera con un tratamiento específico, los miedos que causa la enfermedad se extienden de forma vertiginosa en unas sociedades africanas afligidas donde, además, los ritos y costumbres locales dificultan el combate contra la propagación del virus.

A un nivel menos dramático, los temores van exportándose fuera del continente africano como lo demuestran los "nervios" suscitados ayer en España sobre el centro donde debía ser tratado Miguel Pajares y que fueron alimentados por el silencio incomprensible de la titular del Ministerio de Sanidad, Ana Mato. No sin cierto e injustificado alarmismo, surgieron voces --sobre todo del personal sanitario, más expuesto al contagio-- que pusieron en duda las garantías de los grandes centros hospitalarios españoles para asegurar el aislamiento del misionero infectado y evitar, en el peor de los casos, que el virus huya al exterior. Como no podía ser de otra manera, la directora general de Salud salió ayer por la tarde al paso y afirmó de forma rotunda que la seguridad "está totalmente garantizada".

Mientras, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estudia si decreta la emergencia mundial ante los efectos de un brote que ya se ha convertido en epidemia. La gravedad de la situación exige un esfuerzo político y económico internacional para ayudar a los afectados. Pero es también una llamada de atención general. El ébola ya no es solo un virus que mata de forma cruel en África, sino que amenaza con llamar a la puerta de un Occidente demasiado insolidario cuando los males no le afectan directamente.