Lo que nos está ocurriendo, afecta al género humano, nuestra única unidad indivisible y debería servirnos para promover o seguir, con el máximo rigor, iniciativas y acciones solidarias; el ébola enseña cuanto tiene de lección para el comportamiento humano. Todos estamos implicados en un asunto de salud que, iniciado en tres países africanos, no conoce fronteras y puede aterrizar mañana mismo, en cualquier otro sitio del mundo.

Serviría de poco, salvo en perjuicio general, que ante un peligro que no es potencial sino ¡actual!, empezáramos a echarnos culpas unos a otros, como si fuera una cuestión política más y que sirviese para inmunizar a los acusadores. El ébola está sobrevolando nuestras cabezas y nadie se encuentra exento de ser la próxima víctima de las tantas que esa pandemia ya ocasionó.

Todos, todos sin excepción, debemos predisponernos a asumir cuántas obligaciones nos conciernan y que el sentido común y las autoridades sanitarias nos indiquen tan claramente como sea posible. Esta especie de bombardeo invisible y siniestro que es el ébola, requiere la solidaridad más exigente, viéndonos como lo que somos, simples seres humanos, algo indefensos porque desconocemos cuándo nos puede acometer ese virus.

Tal epidemia nos coge sin entrenamiento y sería imprudente perdernos en vanas naderías e inculpaciones: más vale "hacer piña" y afrontar unidos cuánto proceda hacer. El Gobierno anunció "un giro radical", asumiendo colegiadamente toda la iniciativa precisa. Hay que paliar nuestra conocida inercia crítica; si el mal nos concierne a todos, hay que combatirlo juntos o estaríamos locos.

Esta pacífica guerra hay que ganarla empezando por la higiene cotidiana y exige ahora, sacrificios extras; la salud no es cosa ni barata ni banal y recaba además, optimismo y predisposición psicológica. Recordemos a Unamuno: "¿Qué es eso de la enfermedad?, ¿qué es la salud?", se preguntaba. Y luego añadía: "Si la salud no fuera una categoría abstracta, algo que en rigor no se da, podríamos decir que un hombre perfectamente sano no sería ya un hombre sino un animal irracional por falta de enfermedad alguna que encendiera su razón".

Puestos a animarnos ante un panorama algo desalentador, añado lo que un día escuché decir a un biólogo: el gran secreto de la medicina que conocen bien los médicos e ignora el gran público, es que nuestro organismo, casi todo lo corrige espontáneamente. Aquel doctor predicaba el dicho de que "casi todo mejora a la mañana siguiente".

Desgraciadamente, esta epidemia no se remediará en 24 horas ni por sí sola; sería insólito esperar sentados al día siguiente. Algo podemos y debemos hacer. Claro, estaremos inquietos, mientras no se descubra una vacuna eficaz contra el ébola, en cuya humanísima y comercial carrera están empeñados ahora, inversores, laboratorios e investigadores; ojalá la culminen pronto y con éxito.

La OMS y los gobiernos de todo el mundo, aprenderán mucho de esta dolorosa experiencia multitudinaria, porque el ébola es un problema universal. En Europa supusimos que el ébola, como otros males, solo eran "cosas de África"; ahora sabemos que todos somos sus posibles víctimas.

También hay que aceptar comprensivamente, los errores que ese súbito abordaje del ébola, está provocando; las improvisaciones dañosas tendrán que disculparse y claro, impedir que se repitan, como el yerro de seguir empleando una ambulancia que acababa de trasladar a una presunta enferma de ébola, sin desinfectarla antes de prestar más servicios.

Hablando en plural, hemos cometido errores y será casi inevitable que cometamos otros cuando haya que improvisar porque deba hacerse algo y los que sepan no tengan ocasión de "enseñar al que no sabe" y se necesite actuar sin la posibilidad de consulta previa a los sabedores; "en la guerra, como en la guerra", dice el refrán y opino que esta es una contienda de todos los humanos contra ese escondido y casi desconocido virus. Insisto en considerar que los que no puedan ser advertidos del riesgo a priori, no deben ser reprimidos a posteriori; a posteriori, todos sabemos mucho.