Ganas tengo de llegar a la jornada de reflexión del próximo sábado previa a las elecciones generales del domingo. Ese día pasearé por las milenarias y emblemáticas calles de la vieja y eterna Zaragoza, y me tomaré una caña y unas gambas no lejos de La Seo, y cruzaré el puente de piedra hasta su mitad y allí, antes de alcanzar la orilla del Arrabal, me asomaré aguas arriba del Ebro. Y hablaré con él, y me desahogaré con él y a él, que tanto ha vivido y visto, le pediré consejo para votar al día siguiente. Los ríos son sabios: nunca cambian sus fundamentos y el orden natural de las cosas. Cambian los hombres y los intereses de los hombres.

Y espero que el Ebro --tutor de Zaragoza-- me diga qué es mejor, si el nacionalismo español de base constitucional (más o menos reformista según se trate de un partido mayoritario u otro), o los múltiples y variopintos micronacionalismos convergentes en la Europa común y que proponen, algunos al menos, la interconexión federalista de los diferentes países de España (a ver si es posible que nuestro río me explique esto último con claridad, sin vericuetos ni medias palabras). El Ebro me dirá.

*Doctor en Medicina y radiólogo