Cada vez estoy más convencida que, como sucede con África, Europa también es un concepto, más allá e incluso por encima de lo que supone y delimita el espacio geográfico que ambas son. Europa es un concepto al que, tal vez llegado un día, se añorará como utopía. En su magnífico libro El arte de la novela Milan Kundera recuerda un admirable proverbio judío que dice: «El hombre piensa, Dios ríe». Inspirándose en dicha sentencia Kundera imagina que un día François Rabelais oyó la risa de Dios y fue así como nació la primera gran novela europea. No me parece equivocado ni exagerado pensar que Europa es el concepto que es gracias a su Derecho y derechos, sí, pero también, en buena medida, a su novela y su filosofía.

A Kundera le gusta pensar que el arte de la novela nació como eco de la risa de Dios. Para Husserl, en cambio, lo europeo no residiría tanto en la novela como en la filosofía. Desde la Grecia clásica el concepto de Europa iría ligado a la percepción del mundo como un interrogante que ha de ser, si no resuelto, sí analizado desde la razón pero también desde la pasión. Imbuidos hoy de la razón instrumental del cómputo y la medida, alejándonos de la novela, la Filosofía y aun del Derecho, o cuando menos del espíritu que llevó a salvaguardar los derechos más fundamentales del hombre, vamos camino de lo que Heidegger, discípulo de Husserl, anunciara como el olvido del ser. Y la paradoja viene a mí cuando pienso que es precisamente ahora cuando la Economía se divorcia de la Moral para hacerse pareja del Cálculo.

Cuando todo es número y medida es, sorpresivamente, cuando se está dando carpetazo a la mesura. Curiosa consecuencia, hipérbole de la medida que se queda sin ella. Recién clausurado el año conmemorativo del IV Centenario de Cervantes no tengo nada claro que se prestigie lo suficiente y necesario su legado. Tampoco lo creyó antes Kundera y poco ha cambiado la cosa desde entonces más allá de actos y ceremonias propios de protocolarios aniversarios. El espíritu de Cervantes no es el espíritu de esta Europa. Más bien parece que esta Europa renuncia a la ascendencia cervantina que reconoce en la ambigüedad del mundo la única sabiduría, la de lo incierto, para proclamar en solitario la metódica paternidad de Descartes. Él, todo y sólo lo que Descartes significa habrían llevado a Europa al «encumbrado» lugar en el que está… Pero ¿cuál es hoy ese lugar? Europa no puede renunciar a la complejidad ni a la propia ni a la ajena, no puede dejarse arrastrar por simplificadoras certidumbres ideológicas, monetarias, políticas... que no son sino garantías de próximas servidumbres.

El filósofo alemán Habermas pregona y confía en una UE necesaria para proteger a Alemania de Alemania, a lo que yo añadiría también a España de España y a todos los países que la conforman de los intentos no inocentes de poner fin a ese concepto que Europa aún sigue siendo. Piensan como él otros grandes pensadores: Beck, Bauman, Lipovetsky y muchos otros cuyos razonamientos de poco servirán si no se les une el idéntico empeño y tesón de todos los anónimos. Probablemente de ese modo logremos evitar la nostalgia que nos produciría haber sido, en otro tiempo, europeos. No estoy del todo segura de que aún permanezca la risa divina a la que aludía Kundera. Creo, más bien, que habrá que seguir trabajando y construyendo esa Europa, como concepto, como faro y teoría, para que, en el mejor de los casos no desaparezca una ligera sonrisa, suya, nuestra. H *Profesora de Derecho Unizar