La derecha madrileña (que es mucha derecha) olió la sangre en el momento en el que el Ayuntamiento de Madrid decidió prohibir el jueves la circulación de los vehículos con matrícula par. Se trataba de una medida que iba a causar muchas molestias personales y por eso la oposición se tiró en tromba contra la alcaldesa, Manuel Carmena, y su equipo, acusados de improvisación, postureo y otros pecados variados. Nada fuera de lo habitual en la pugna política encarnizada entre los diversos grupos políticos en una institución democrática. Pero lo que no deja de sorprender en casos como este es que la derecha sea incapaz de construir un discurso medioambiental propio, que vaya más allá de considerar las políticas en el terreno de la ecología como una materia de grupos radicales, populistas o, directamente, jipis (cuando hace años que ya no los hay). Puede discutirse si las medidas en Madrid fueron mejor o peor comunicadas, pero las críticas han ido sobre todo a denunciar la «guerra contra el coche» o el poso «ideológico» que hay detrás de la medida. Es decir, la defensa de la calidad del aire formaría parte de la agenda de los populismos. La derecha en el siglo XXI no puede seguir siendo la defensora de los intereses industriales o energéticos aunque estos causen graves daños a los ecosistemas. Ni puede seguir negando el cambio climático y considerar las alarmas medioambientales como una exageración de melenudos y filocomunistas. Y, atención, porque la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no augura nada bueno. Ya se sabe que lo suyo no es ideológico. H *Periodista