De pronto, todo el mundo se ha puesto a hablar de Thomas Piketty, autor de Le Capital au XXI siècle (El Capital en el siglo XXI), un libro en el que el economista francés denuncia y demuestra la cada vez mayor concentración de la riqueza en las grandes fortunas y propone que los ricos sean sometidos a una fiscalidad más elevada.

¿Qué ha ocurrido para que un libro que salió hace un año en Francia (Editions du Seuil) sin pasar la barrera de los interesados en el análisis económico tenga ahora tanta repercusión? Sencillamente, que la obra de Piketty, de 43 años, profesor de la Escuela de Economía de París, ha sido publicada en Estados Unidos y se ha convertido en un superventas. Los 80.000 ejemplares vendidos en EEUU (con 35.000 más en imprenta) han dopado también las ventas en Francia, que alcanzan más de 45.000 ejemplares.

La sorpresa del éxito en EEUU es mayor porque, en principio, las tesis del libro estarían destinadas a ser mejor acogidas en Europa que en la patria del capitalismo, donde Piketty ha tenido el honor de ser el protagonista de un perfil y de una crítica elogiosa en The New Yorker y ha merecido las alabanzas del Nobel de Economía Paul Krugman y del financiero y uno de los hombres más ricos del mundo Warren Buffett, el mismo que denunció no hace mucho que su secretaria pagaba más impuestos que él.

Esta acogida en EEUU confirma que las cosas no son siempre lo que parecen. Piketty lo explica así en una entrevista en Le Monde: EEUU "es un país que tiene una tradición igualitaria muy fuerte, que se ha construido alrededor de esta cuestión en oposición a una Europa también confrontada a desigualdades de clase o patrimoniales. Además, no hay que olvidar que son los Estados Unidos los que hace un siglo inventaron un sistema fiscal progresivo sobre los ingresos justamente porque temían convertirse en un país tan desigual como Europa". Piketty remacha que fue en EEUU donde se creó el impuesto sobre la renta y sobre las sucesiones a partir de los años 20 del siglo pasado, y no en Francia o en Alemania.

En Francia, el país del modelo social y del intervencionismo de Estado, el contenido del libro ha sido calificado de "marxismo de subprefectura" (de segunda) por el economista conservador Nicolas Baverez, frente al muy distinto trato recibido en la prensa del otro paraíso del capitalismo anglosajón, el Reino Unido, donde The Economist, la biblia del liberalismo, ha sido mucho más comprensivo y donde el analista Martin Wolf, del Financial Times, ha calificado el libro de "extraordinariamente importante".

Durante una investigación que ha durado 15 años, Piketty ha estudiado la evolución de los datos económicos disponibles de 20 países desde el siglo XVIII hasta ahora y sitúa la contradicción fundamental del capitalismo en la relación entre el crecimiento económico y el rendimiento del capital. Los ricos han sido cada vez más ricos y las desigualdades se han agravado, con el único paréntesis del siglo XX porque la tragedia de las guerras mundiales niveló las desigualdades y porque en los años 50 se apostó por el Estado del bienestar con fuertes inversiones en educación, sanidad y pensiones basadas en la progresividad fiscal.

"Cuando el índice del rendimiento del capital supera significativamente el índice de crecimiento --y veremos que esto ha ocurrido casi siempre en la historia, al menos hasta el siglo XIX y hay grandes posibilidades de que vuelva a pasar en el siglo XXI--, esto implica mecánicamente que los patrimonios surgidos en el pasado se recapitalizan más deprisa que el ritmo de progresión de la producción y de los ingresos", escribe Piketty. Esto determina que los patrimonios heredados dominen sobre los constituidos en una vida de trabajo y que la elevada concentración de capital sea "potencialmente incompatible con los valores meritocráticos y los principios de justicia social, que son el fundamento de nuestras sociedades democráticas modernas", añade.

Esta es la tesis principal del libro, y para detener esta "lógica implacable" Piketty propone una solución que él mismo califica de "utopía útil": que las instituciones públicas implanten "un impuesto mundial y progresivo" sobre el capital. El economista de moda reconoce, sin embargo, que "su puesta en marcha plantea problemas considerables en términos de coordinación internacional". Acabamos de verlo en lo sucedido con la llamada tasa Tobin sobre las transacciones financieras internacionales. Propuesta por la Comisión Europea en el 2011, no fue hasta el pasado día 5 cuando los ministros del Ecofin aprobaron el acuerdo político que crea el nuevo impuesto, pero con grandes limitaciones. De los 28 países de la UE, solo 10 apoyan la tasa, que se retrasa hasta el 2016 y se aplicará únicamente a las operaciones con acciones y con derivados sobre acciones.

Periodista